EL CEMENTERIO DE LOS AJUSTICIADOS Y LOS DESPOSEÍDOS
Detalle de un plano del Santiago del siglo XVIII de la Biblioteca Nacional, con la Calle de la Caridad (actual 21 de Mayo) y el número 48 señalanndo "El Campo Santo" (cementerio). El 5 es la Iglesia de Santo Domingo, el 24 al Convento de las Monjas Claras (de ahí el nombre de calle Monjitas) y el 44 la "Pila en la Plaza Mayor" (Plaza de Armas).
El principal terreno que se usó en Santiago para acumular desperdicios coloniales estaba a poco más de una cuadra y media al norte de la Plaza de Armas, tocando la ancha ribera del río Mapocho en aquellos años. Era el mismo paño con pequeños cerrillos que fue ocupado después por una cancha de toros, pistas para juego de pelota, algunos teatros provisorios, el Mercado de Abastos y, actualmente, por el Mercado Central. Sin embargo, casi en las puertas del gran vertedero colonial, por la actual calle 21 de Mayo, también existió alguna vez un pequeño cementerio para desposeídos y ajusticiados, con una capilla de singulares características. Nada queda a la vista de aquellos tiempos en nuestros días; ni siquiera algo que recuerde allí esas presencias en el pasado.
21 de Mayo era peyorativamente denominada como la calle que va al Basural y calle del Basural, pues cargaba con parte de la mala fama del infeccioso botadero situado al final de la misma. Antes se había llamado calle del Contador Azócar o calle de Azócar, por la residencia que tenía, hacia 1616, el distinguido vecino Antonio de Azócar. Posteriormente, en una plazoleta ubicada cercana al lugar en donde estarían después el cementerio y la capilla de nuestra atención, en locales que se instalaban casi de junto a los estribos del templo de Santo Domingo, se harían las primeras ventas formales de pescado y marisco en Santiago, pasando a ser llamada por esto calle de la Pescadería. Hasta entonces, era motejada también como la calle Atravesada de Santo Domingo o la Atravesada de los Domínicos, entre otros efímeros nombres.
El modesto camposanto surgido en ese mismo sector de la vieja ciudad se situó en el costado oriente de la calle, en un sitio de la cuadra entre las actuales Santo Domingo y Rosas. Esta última vía por entonces sólo llegaba hasta Puente y era detenida por la misma propiedad de los domínicos y sus tapias de cierres perimetrales, siendo ampliada más tarde hasta su actual inicio. El modesto lugar para sepultaciones estaba enfrente de los murallones laterales del convento y del templo domínico, volviéndose un punto de recogimiento para los capitalinos pero también de temores, como comenta Sady Zañartu en “Santiago calles viejas” al describir las macabras procesiones que pasaban por allí llevando los cuerpos de ajusticiados rumbo al patio de enterrados.
El lugar fue denominado apropiadamente como Cementerio de la Caridad, haciendo convivir al comercio establecido en los alrededores con esas escenas más tétricas de la vida y la muerte en la ciudad. Su origen había sido tan penoso como su nombre, por cierto: mientras Santiago crecía, los crímenes y la marginación lo hacían proporcionalmente, de modo que indigentes, abandonados y ejecutados bajo el rigor justiciero de la horca o -en contraste- por la ruindad del puñal, ya eran muchos por entonces. Por estas razones, hacia 1720 el gobernador Gabriel Cano y Aponte hizo construir para todos estos despreciados por la vida (y también por la muerte, al menos aquella en sus formas más dignas) un cementerio básico que tendría capilla propia. El lugar para este proyecto fue donado por el filántropo don Manuel Jerónimo de Salas y Puerta, oriundo de Colindres y, a la sazón, corregidor de Santiago.
El terreno estaba casi al fondo de lo que era la misma calle de sólo una cuadra larga o cuadra y media cuanto mucho. Su sencillo templito fue conocido también como Capilla de la Caridad y en su fundación participó la Cofradía de San Antonio de Padua, asociada a la responsabilidad del servicio que incluía, entre otras cosas, adoctrinar a reos en la cárcel y orar por los abandonados que llegaran a reposar hasta acá sus despreciados huesos.
Los patios de entierros debutaron en tal uso allí el 9 de julio de 1726, al ser llevado el primer ajusticiado en procesión con alguaciles y toque de cajas, formando una caravana. El ejecutado habría sido algo así como un borrachín pendenciero y violento, quien solía hacer ostentaciones con su cuchillo y desafiar al resto a trabarse en contiendas cada vez que estaba ebrio, según dramatiza Zañartu. Fue así hasta que, un día de esos, el sujeto no pudo volver a su oscura guarida: acabó siendo capturado y debió pagar por varios muertos a cuestas.
Habilitado tan generosamente el enterradero para la sepultura de pobres, desposeídos y criminales, entonces, el gesto y su presencia casi adyacente a la Iglesia de Santo Domingo le valieron a la calleja de marras el nuevo y mejor nombre: calle de la Caridad, según anotan autores como Luis Thayer Ojeda en “Santiago de Chile. Origen del nombre de sus calles”. Su pequeño cementerio para indeseados, en tanto, era señalado como Campo Santo en planos del siglo XVIII a actual resguardo de la Biblioteca Nacional.
Cabe señalar, sin embargo, que la vía pasó a ser llamada también calle de la Nevería, por la presencia del local de venta de nieve, hielo y helados que existió por cerca de medio siglo en el Santiago de entonces, en el mismo sector comercial, aunque más cerca de la plaza, tal vez a media cuadra. Esta nieve era traída en carretas y lomo de mula desde la cordillera del primitivo sector de Las Condes y la Dehesa, tarea sacrificada y con pérdida del material en el camino, por lo que, siendo un producto de interés popular, no era del todo económico. Parte de esta nieve se guardaba y preservaba en el subsuelo del edificio consistorial en donde está actualmente la sede de la Municipalidad de Santiago, además. El uso nominal, entonces, hizo que el nombre de calle de la Caridad terminara siendo casi olvidado al comenzar el siglo XIX y ser reemplazado por de la Nevería.
Cuadra en donde se ubicaba la Capilla de la Caridad y sus antiguos terrenos del cementerio (realzada en rojo), en la maqueta de Santiago de la primera mitad del siglo XIX del Museo Histórico Nacional. Vista de norte a sur (Plaza de Armas arriba, río Mapocho abajo).
La Capilla de la Caridad en el Plano de Santiago de Ernesto Ansart, de 1875. La relación norte-sur está invertida y, a la sazón, la actual calle 21 de Mayo era considerada en planos como este sólo una prolongación de la calle Estado (ex Calle del Rey). Se observan dos patios principales dentro del recinto.
Fachada de la Capilla de la Caridad, probablemente hacia en 1900. Fuente imagen: "Catástrofes de Chile: álbum de prensa de antaño", de Carlos Lanza Lazcano.
El templo y el cementerio estuvieron en uso cerca de un siglo, prolongándose quizá hasta sólo un tiempo después de la Independencia. Suponemos que su empleo se hizo innecesario con avances como la habilitación de las fosas del Cementerio General creado en 1821, al menos en teoría, de la misma manera que sucedió con otro cementerio que estaba en la ex calle de las Matadas, actual Santa Rosa, así llamada por el asesinato de unas mujeres en el siglo XVIII. Buena parte de la recaudación de dinero para el nuevo gran camposanto, curiosamente, se hizo a partir de las ventas de helados fabricados con hielo de la misma calle de la Nevería.
Cesando tales servicios, entonces, el recinto se volvió ahora un taller para las huérfanas a cargo de la sociedad apostólica Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, mejorándose el templo, ampliándolo y dándole más elegancia con los años. Las monjas tenían, además, otro acceso-salida por el interior de la propiedad hacia la pecaminosa y libertina calle de las Ramadas, actual Esmeralda, la que empalma sobre la principal de la Nevería.
Posteriormente, durante la innovadora intendencia de don Benjamín Vicuña Mackenna se restauró la capilla por completo gracias al aporte financiero de una devota que pidió reserva de su nombre, con una silenciosa y discreta ceremonia de reapertura del 16 de julio de 1873. Aquel día se la consagró al servicio divino y, según anotó el intendente en la memoria “Un año en la Intendencia de Santiago”, la capilla “es ahora un verdadero relicario de arte y magnificencia”. Esta intervención dejó al templo con el esplendor neogótico que mantuvo hasta sus últimos días, siendo considerado en categoría de iglesia por el valor de los servicios que ofrecía a la ciudad. En parte del terreno que se había usado para sus antiguas sepultaciones, en tanto, se conservaron al menos dos pequeños patios internos, manteniendo así el aspecto colonial y solariego que tenía originalmente este conjunto en sus interiores.
Pocos años después, hacia los tiempos de la presidencia de José Manuel Balmaceda truncada por la Guerra Civil del 91, la calle de la Nevería fue rebautizada 21 de Mayo celebrando a los héroes de Iquique, nombre que mantiene hasta ahora. La perpendicular calle de las Ramadas, en cambio, así llamada por sus muchas chinganas y bodegones del pasado, recibió el nombre Esmeralda en homenaje a la heroica corbeta de la misma gesta de la Guerra del Pacífico. De esta manera, la dirección formal de la Capilla de las Hermanas de la Caridad fue, desde entonces, la de calle 21 de Mayo 667, mientras que el lado que daba frente hacia el norte era Esmeralda 348, más tarde corregida a la numeración del 800.
En un extraño cambio de empleo para el templo, copetudos grupos familiares de la época se unieron gracias a matrimonios celebrados en la misma capilla, como aquel del jurista y hombre público Osvaldo Vial Lastra desposando a doña Trinidad Vial Ugarte, en junio de 1887. La misma elección harían para su matrimonio don José Manuel Errázuriz Salas y doña Luisa Dávila Bulnes, en junio de 1900. Todavía era usada para alegres y ostentosos matrimonios entre 1920 y 1925, razón por la que Zañartu comentaba recordando su pasado como enterradero de parias:
El contraste necesitó dos siglos de gestación, y los felices desposados que ayer salieron del templo, bajo el arco de rosas de la marcha nupcial de Mendelsohn, para comenzar la vida, ignoraron que allí era donde antes esta terminaba.
Posiblemente como recuerdo del antiguo patronato rector de San Antonio de Padua en el lugar, santo aliado de los buscadores de parejas, se había tornado casi una moda contraer el sagrado vínculo ante aquel altar. Las monjas de la caridad entendieron que podían explotar astutamente esta atracción y comenzaron a ofrecer en casa sus reputadas tortas de novios y bautizos, además de exquisitos confites de castañas o chaguales, pasteles y cotizadas empanadas de días domingos, productos que se vendían a los clientes haciendo largas filas para adquirirlos en cada salida desde los hornos y las cocinas, con más de una partida en cada día.
Detalle del Plano General de Santiago e Inmediaciones, de Nicanor Boloña, de 1911, con la Capilla de la Caridad ya hacia sus últimas décadas.
Vista de los tradicionales locales de venta de lanas, en calle 21 de Mayo hacia el Sur, sector del antiguo Cementerio de la Caridad.
Fuente de aguas de la punta de diamante entre 21 de Mayo y Diagonal Cervantes. Atrás a la derecha, se observan parte de los murallones del templo de Santo Domingo y el edificio art decó que hace esquina con Rosas; a la derecha de la fuente, la punta del edificio comercial propiedad de la Congregación de Hermanas de la Caridad.
Las monjas permanecieron en la capilla hasta 1927, más o menos. Dejaron iglesia, convento y terreno, pero propietaron el edificio comercial que, para régimen de arriendos, se construiría allí en lo que quedó de la vieja manzana. Uno de los últimos matrimonios de alta sociedad que se realizó con la presencia de la orden religiosa en el lugar fue en agosto de ese año, celebrado entre María Ortúzar Riesco y Ricardo Aránguiz Cerda, miembro de un prestigioso clan empresarial de agricultores. El tiempo había transcurrido raudo hasta entonces y las urgencias de la ciudad requerían de intervenciones agresivas, como el ensanchamiento de calle 21 de Mayo y, después, la apertura de otras vías comprometiendo el mismo lugar del templo y su pequeño ex cementerio olvidado.
Ya no parece haber estado en con buenas proyecciones de conservación aquel sector de la calle hacia 1934, cuando el arquitecto y urbanista Karl Brunner propuso su primer proyecto para la regulación vial y urbana de Santiago, seguida de otro en 1939 con carácter más concluyente. En ellos, si bien se dejaban atrás los romanticismos-funcionalismos haussmannianos parisinos que mantuvieron trabado por décadas al ingenio de los urbanistas del Centenario Nacional, se rescataba el uso de calles angulares como fue la propuesta de la vía Diagonal Cervantes, precisamente, construida allí a mediados del siglo.
A mayor abundamiento, Diagonal Cervantes fue abierta desde la conjunción de Santo Domingo con 21 de Mayo hasta Ismael Valdés Vergara con San Antonio. Enfilaba con vista hacia el cerro San Cristóbal, bloqueada hoy por la construcción de dos torres residenciales en el borde del lado chimbero. Del otro extremo, partía desde la esquina vecina al templo domínico justo en esa manzana donde había estado el cementerio de los ajusticiados y su capilla, intervenida agresivamente al punto de desaparecer ambos lugares en la rotunda transformación de las cuadras comprometidas con el proyecto. De este modo, si bien con la apertura de la calle resultaría la construcción de nuevos y para entonces modernos edificios, el terreno del antiguo templo con sus olvidadas sepulturas quedó disuelto en la punta de cuadras que forma la diagonal desde su arranque en calle 21 de Mayo, delineado por el Edificio Cervantes y su zócalo comercial en el borde oriente el templo.
No sabemos ya cuántas veces han podido aparecer restos humanos coloniales en las muchísimas obras que se han hecho en esas cuadras, incluyendo la construcción de la calle angular, las aperturas de galerías, los edificios posteriores y hasta estacionamientos subterráneos en tiempos más recientes. De acuerdo a la información pública disponible, por ejemplo, durante el año 2016 hubo cierta atención del Consejo de Monumentos Nacionales por el hallazgo de osamentas informadas en trabajos que se realizaban por el lado de Diagonal Cervantes, en lo que había sido la parte posterior del antiguo enterradero, con la intervención correspondiente de los expertos.
Dijimos que la misma Congregación de la Caridad de San Vicente de Paul siguió siendo propietaria del edificio de sencillo art decó que formó la punta de diamante entre 21 de Mayo y la diagonal, con un grupo de establecimientos comerciales cercanos a la famosa y tradicional sombrerería Donde Golpea el Monito. El edificio de un sólo piso y otro más pequeño a sus espaldas han sido alquilados casi históricamente por tiendas de lanas y artículos de tejido o de costura, volviéndose uno de los sectores más pintorescos de las ventas populares de la capital con locales ostentando nombres como El Palacio de las Lanas, Lanas Dona, La Calidad, La Gioconda, El Siglo o La Fortuna. Hubo períodos en que las compradoras llegaron a hacer fila en sus puertas, inclusive.
Sin embargo, en años recientes se avisó que el inmueble sería vendido a una inmobiliaria, por lo que sus famosos comerciantes debieron anunciar el retiro hacia octubre de 2016, hasta con un acto de despedida y liquidaciones de existencia ejecutadas en esos días. Felizmente, sin embargo, la Congregación echó pie atrás en el último momento y desistió de concretar la venta, por lo que las madejas de lanas aún siguen muy vivas por allá, pudiendo verse los tradicionales locales con sus coloridas vitrinas.
Por lo anterior, si acaso lograran avanzar nuevos apetitos de inmobiliarias en ese mismo rincón de la ciudad de Santiago, conviene advertir -desde ya- a quienes quieran levantar algo nuevo allí que, quizá, deban interesarse un poco más en saber los detalles guardados en secreto: estarán sobre un lugar antaño reservado a las sepulturas de desposeídos y ajusticiados... Sólo como dato curioso.
En nuestros días, una simpática y característica fuente con taza de rocas y tres platos, adornada por leones grutescos y escudos de armas de Santiago, se encuentra haciendo cantar sus aguas más o menos en el sitio en donde estuvieron antes el viejo camposanto colonial y el ala sur de la capilla, dato muy desconocido por la mayoría de los santiaguinos que hormiguean en el céntrico barrio de la Plaza de Armas.
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