EL YUYO: UN HOMBRE QUE REGRESÓ DESDE LA TUMBA

El Yuyo mostrando su lugar de sepultura en una entrevista de prensa escrita, años ochenta. Fuente imagen: sitio FB de fútbol La Rompieron.

Este insólito relato exige un pequeño preámbulo... Muchas son las historias sobre supuestos casos de sepultados vivos o los de resurrección espontánea que se han reportado en cementerios chilenos, especialmente en ciudades como Santiago y Valparaíso. Y es que el a veces contagioso miedo a ser enterrado vivo, por consecuencia inesperada de una catalepsia o narcolepsia, siempre ha sido uno de los más atormentantes para quien se sabe cerca de la muerte, algo denominado técnicamente como tafofobia. Era inevitable que sus infames efluvios y las historias relacionadas con el mismo temor -reales o no, según cada caso- aparecieran también en este largo país.

Edgar Alan Poe plasmó aquellas fobias profundas de los vivos en la literatura, con su angustiante cuento de terror “El entierro prematuro”. De hecho, el miedo a despertar dentro de un cajón y acabar de esa misma forma en tiempos dieciochescos y victorianos había motivado toda clase de tretas para “asegurarse” de que el finado era tal, como clavar agujas en su piel o poner espejos en boca y nariz, verificando que no se empañe. Por si esto fallara, aparecieron también artilugios tan extraños como tumbas con cuerdas desde el interior y conectadas a campanas puestas afuera, creación desde la que cierta leyenda supone que vendría el dicho “salvado por la campana”, que en realidad popularizó el boxeo. Las capacidades de la medicina y la ciencia en general, en aquellos años, tal vez facilitaba el que casos de este tipo se dieran en diferentes partes del mundo, algunos realmente espectaculares, con fallecidos despertando supuestamente en la misma mesa de la morgue o en plena ceremonia de entierro ante los asombrados deudos.

Chile ha arrojado varias historias espeluznantes al respecto, por supuesto. Investigadores independientes como Sergio Fritz Roa, por ejemplo, traen de vuelta a la divulgación un caso que había sido recuperado por Eduardo Serey en la obra “Valparaíso. Una historia sin olvido…”: corresponde al de don Jacinto de Escobar, cuyo regreso a casa hacia inicios del siglo XVIII y después de haber sido sepultado -con todos protocolos correspondientes- desató una tragedia familiar en la que acaban muertos su esposa e hijos, por infartos y parricidio cometido por mismo protagonista, quien cerró esta negra historia suicidándose.

Justo Abel Rosales, por su parte, había recordado algunas experiencias parecidas como de del presbítero José María Núñez, sucedida un día de 1837 justo cuando iniciaba una misa en la capilla del Cementerio General de Santiago, institución en donde oficiaba como capellán. Alertado por unos fieles, el sacerdote pudo ver cómo un sujeto se movía bajo los cadáveres y la tierra de una fosa el vecino Hospital San Juan de Dios. El muchacho fue rescatado y alimentado rápidamente con caldo, pero de igual forma moriría pocos minutos después, esta vez para siempre. El mismo autor recuerda también lo sucedido a doña Rosario Zuazagoitía, ilustre esposa de don Mariano Egaña, figura de alta talla política en los tiempos de la República y uno de los redactores de la Constitución Política de 1833. La mujer volvió a la vida estado sepultada en ese mismo cementerio, pero no pudo escapar: supuestamente, su última tragedia se confirmó con una exhumación posterior, en donde su cuerpo fue encontrado en una posición distinta a aquella con la que había sido sepultada y con la tela que ataba sus manos ahora desamarrada.

Sin embargo, hay un ejemplo chileno que, en particular, alcanzaría alturas de verdadera leyenda en la zona geográfica donde tuvo ocasión y lugar, entre los cerros y el río Aconcagua. Un caso fue especialmente conocido y popular en los años ochenta, además, el que llegó a motivar algunas entrevistas en medios impresos y reportajes de televisión. Con su particular sentido del humor bastante cargado al negro su protagonista, el inefable Yuyo de La Calera, hasta permitió que lo fotografiaran sonriente y con un ramillete de flores para muertos en sus manos, parado entre las lápidas del mismo cementerio de La Cruz en donde reposó por dos días en calidad de fallecido. También fue retratado metido adentro de un foso para sepultura, sin perder su rostro alegre.

Siendo en su momento toda una leyenda viviente de la Provincia de Quillota, la asombrosa anécdota ha sido mencionada por autores como Claudio Bavestrello Ruz en “Del río al cerro. Mitos, leyendas y vivencias de la antigua provincia de Quillota”. Puede encontrarse información también en algunas publicaciones especiales de la Biblioteca N° 234 de la localidad Artificio, ubicada en aquel mismo reino de La Calera y alrededores.

René Emilio Díaz Chacana, más conocido como el Yuyo entre vecinos y amigos, era un humilde lustrabotas quien vivía y trabajaba en aquella ciudad sede de la industria cementera, allí en la conjunción de la Ruta 5 con el cauce del Aconcagua. Nacido el 24 de julio de 1916 en la cercana ciudad de La Ligua, la famosa tierra de los pasteles de hojarascas, manjar blanco y merengues crocantes, el Yuyo solía ser visto siempre por el sector de calle J. J. Pérez de La Calera, haciendo su día a día cerca del Parque Municipal. Hombre querido en la comunidad e hincha del Club Deportes Unión La Calera, decían sin embargo que se volvía un poco bueno para el copete en ciertos períodos, pero de todos modos era apreciado por sus vecinos. Es necesario enfatizar que no parecía tener problemas graves de salud a pesar de haber superado ya los 60 años de una vida dura y, con frecuencia, muy menesterosa.

Un día de aquellos y sin que algo lo anticipara, a inicios de los ochenta y mientras caminaba tranquilamente por calle Almirante Latorre cerca de donde existe ahora un gran supermercado, el Yuyo comenzó a sentirse mal de manera muy repentina al punto de no poder mantenerse en pie. A continuación, cayó al piso con todo su peso y perdió la conciencia en el azote contra el pavimento, quedando desvanecido por completo. Testigos corrieron a socorrerlo suponiendo que era víctima de un infarto fulminante o algo parecido; trataron de reanimarlo, lo llevaron de urgencia a recibir atención médica, pero fue inútil: el pobre hombre sería declarado muerto esa misma tarde.

Devastados por la inesperada noticia, contaban en la ciudad que familiares, amigos y compañeros de las tardes en el estadio retiraron el cuerpo y comenzaron a organizar rápidamente sus exequias, reuniendo el dinero necesario para darle una despedida honrosa en el Cementerio Municipal de La Palmilla. Este camposanto está ubicado en La Cruz, precisamente al sur de La Calera. A su funeral concurrieron todos sus seres queridos y varios vecinos caleranos, algunos de ellos tan populares como él, según recordaban algunos veteranos hasta hace pocos años. Hubo llantos, pequeños discursos y las sensaciones generalizadas de injusticia por lo sucedido, además de otras sinceras manifestaciones de dolor mientras su féretro bajaba hacia la cerrazón de la tierra, en el que debía ser su último lugar de reposo.

Dos días completos transcurrieron, con la familia en silencioso luto y asimilando la pérdida. Los caleranos, en tanto, asumían la partida de uno de sus personajes más queridos y conocidos de aquellas calles locales, según señala esta misma historia.

Sin embargo, cuando ya había pasado el mediodía de la tercera jornada después del cruel fallecimiento, un confundido y fatigado Yuyo apareció de regreso en la misma casa, para sorpresa de todos: venía sucio, con las manos heridas, la ropa desordenada y sus cabellos revueltos. Como era esperable, al asomarse por la puerta causó pánico entre sus parientes, quienes ya se disponían a almorzar a esa hora. Los gritos alertaron a los vecinos quienes, al correr hacia el lugar, cayeron en el mismo asombro y sensación de impacto.

Ya más calmados todos y saliendo del shock, incluido el propio Yuyo, este comenzó a explicar lo que experimentó en la soledad y el encierro tras haber sido sepultado en La Cruz: había despertado en horas de la noche dentro de su propio ataúd, sin poder comprender qué sucedía y cayendo en cuenta al poco rato que estaba atrapado y abandonado dentro de un cajón, sepultado vivo. Desesperado, comenzó a golpear la tapa y el cristal que tenía encima, hasta que consiguió romperlos, aunque con el costo de provocarse grandes lesiones en sus manos. Incluso debieron retirarle astillas de cristal con unas pinzas, más tarde. Sólo así logró liberarse de su prisión subterránea y salir por fin al exterior.

Sus problemas todavía estaban empezando, sin embargo, pues no tenía forma de pedir ayuda, ni de recibirla… Un viejo señor, rechoncho y de pequeño tamaño quien trabajaba como panteonero del mismo camposanto, quedó fuera de sí cuando vio al finado Yuyo salir caminando de su tumba, sin poder dar crédito a la escena, huyendo aterrado. Una historia posterior aseguraba que el pobre empleado municipal desmayó y murió de impresión ese mismo día o poco después, aunque esta parte parece ser más bien una adición imaginativa. De acuerdo al testimonio del protagonista, entonces, desde allí se fue arrastrando los pies rumbo a la localidad de Charrabata, y a partir de este lugar comenzó a caminar más hacia el sur.

La peregrinación de la deriva del Yuyo fue larga, de varios kilómetros. Llegó así a la ciudad de Quillota, aún confundido en este vagar sin rumbo seguro. Allí, más lúcido y calmado, pudo conseguir que alguien lo llevara gratuitamente en un microbús hasta La Calera, ya que ni un solo peso tenía en sus bolsillos. Por fin de vuelta en su ciudad, caminó entonces hacia el sector del Estadio Municipal y, ahora más orientado, hacia su casa.

La leyenda del Yuyo es muy creída y defendida los caleranos hasta nuestros días. No obstante, tiene muchas versiones derivadas y algunos elementos que el propio resucitado fue agregando con el tiempo, de seguro para hacerla más interesante y pintoresca. Unos años después, por ejemplo, diría que en el mismo recinto deportivo por el que pasó en su regreso a La Calera estaba comenzando un partido en donde jugaba el club Unión La Calera de sus afectos: justo se realizaban el minuto de silencio por su memoria, en el momento. Dijo también que una persona presente en entre el público lo vio y reconoció, por lo que ella salió corriendo disparada y con ataque de terror en el acto. Estos datos también aparecen mencionados en el completo libro de Bavestrello Ruz.

Otras inconsistencias en las versiones o variaciones cogidas por la mitología urbana han señalado que el personaje fue enterrado en diferentes cementerios o que su regreso al mundo de los vivos se dio en algunas circunstancias diferentes a la del relato más conocido que ofreciera él. También recuerdan en la zona que habría sufrido al menos tres ataques de catalepsia similares en su vida, regresando en todos ellos, aunque el que terminó en su primer enterramiento fuera el más recordado. Incluso se ha llegado a decir entre los caleranos que era una especie de zombi, hechizado o de vampiro “bueno” inconsciente de su extraña condición, además de muchas otras especulaciones: que hubo dos enterramientos más donde sucedió lo mismo; que la última vez cerraron herméticamente el nicho con cemento y ladrillo para que no volviera a salir; que tras el primer episodio fue sepultado con una campana salvadora para que "avisara" en caso de resucitar; etc... Leyendas escritas sobre más leyendas.

Hay más puntos sobre la misma historia que quedaron vacíos o en evidente rango de fantasía, por cierto, especialmente después de que el Yuyo falleciera por última y definitiva vez, el 16 de julio de 1991 a los 75 años. Entre otras cosas, muchos cuentan que fue atropellado, aunque hay versiones locales menos populres asegurando que su deceso se debió a causas naturales, si es que hay algo realmente natural en su extraña vida. Su lugar de reposo es un sencillo y modesto nicho del Cementerio Municipal de La Calera, el numerado con el 636 hacia el extremo norte del mismo: está acompañada sólo de una pequeña placa colocada por la familia aunque muy olvidado por los vivos en este momento.

El recuerdo del Yuyo se consteló entre la identidad de la zona, sin embargo, y así encontramos pruebas interesantes de su salto a las tradiciones. El músico y folclorista Danielo Valenzuela Olmos, por ejemplo, le dedicó en tiempos más recientes una cueca lenta de velorio y con su apodo como título, formando parte del cancionero del Club de Cueca y Folclor La Calera, además. Dice la letra de esta melancólica pieza:

Cuenta la historia urbana
que no moría.
Transitaba el camino
luego volvía.

Las penas y pesares
ya se retiran.
El Yuyo está de vuelta
gana la vida.

En caso de ser real lo que se cuenta de la catalepsia del Yuyo, al menos en sus más generales detalles, esta historia sería una de las más asombrosas que hayan registrado al respecto en el país y por estas latitudes del mundo. Sólo podría compararse, quizá, con otros casos internacionalmente más famosos y estudiados, como la resurrección del hombre zombi haitiano Clairvius Narcisse, quien en 1967 fue declarado muerto y enterrado tras supuestos castigos realizados con hechicería vudú, pero también volviendo después y por sus medios a casa, totalmente vivo.

Puede que el extraño capítulo del resucitado Yuyo nunca quede del todo explicado, como se ve. Por ahora, entonces, para enfrentar este y varios otros misterios de vida y muerte en La Calera, nos conformaremos -como premio de consuelo- con un chiste de los humoristas Paul Flaco Vásquez y Mauricio Indio Medina en las calles de Valparaíso en los noventa, antes que su dúo Dinamita Show saltara a la televisión: “Había una vez un vampiro que iba viajando para La Calera -decía el Flaco-, pero se bajó en La Cruz… ¡Y se murió!”.

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