LA TERRORÍFICA NAVE DE LOS AGONIZANTES
Grabado del Oriflama antes de ser abordado por parte de la tripulación del Gallardo. Fuente imagen: El País (octubre 2018).
El Oriflama es otro de los muchos barcos fantasmas y terroríficos del abundante legendario chileno, aunque también eclipsado en el conocimiento general por la mayor popularidad del famoso Caleuche de Chiloé. La tradición oral, además, en este caso se funde con antecedentes históricos reales, involucrando aspectos sobre maldiciones, muerte y tesoros perdidos en tan extraña pero asombrosa semblanza.
El aspecto más real y demostrable del caso puede ser consultado en obras como “Algunos naufragios ocurridos en las costas chilenas” de un respetado hombre de mar como fue Francisco Vidal Gormaz, y en la “Historia de Valparaíso”, de Benjamín Vicuña Mackenna. Sus aspectos más legendarios y relacionados con la cultura fúnebre que nos interesa, en cambio, aparecen bien descritos en la síntesis de la “Geografía del mito y leyenda”, de Oreste Plath, y en algunos interesantes artículos sobre estas materias como “Historia y leyenda del Oriflama”, publicado por Fernando Lizana-Murphy en sus propios soportes digitales.
El velero francés Oriflama, originalmente llamado L'Oriflamme y tercero con este nombre, había sido botado al mar desde los astilleros de Toulón a inicios de febrero de 1743. Obra del ingeniero Pierre Blaise Coulomb, tenía 41,3 metros de eslora, 40,18 metros de quilla y 10,78 metros de manga, desplazando unas 1.500 toneladas. Artillado con más de 50 cañones, sirvió a la marina francesa durante 18 años, aunque no participó en algún combate naval o enfrentamiento sino hasta inicios de la Guerra de los Cien Años, cuando fue capturado por los ingleses del navío Isis en 1761, quienes lo mantuvieron funcionando como un mercante artillado no integrante de la flota real.
Hacia fines de aquel año, sin embargo, el acercamiento español con Francia llevó a la captura de los barcos británicos que tocaran puertos hispanos, y así la corona estimó al navío como una de las presas más valiosas a las cuales dar caza. Una vez que fue tomada la nave L'Oriflamme en circunstancias de las que quedó poco registro, fue subastado y adquirido por la compañía naviera Juan Bautista Ustáriz y Hermanos, también de España. Esta nueva vida del barco -y ahora con bandera hispana- continuó como mercante artillado, aunque se redujo la capacidad de sus baterías para ampliar las bodegas. Bautizado formalmente como Nuestra Señora del Buen Consejo y San Leopoldo, el nombre de Oriflama no pudo ser olvidado y continuó siendo llamado así por el resto de sus aventuras. Realizó varios rentables viajes entre la Península y las Indias Occidentales, además, especialmente hacia o desde los virreinatos de Nueva España y del Perú.
Fue hasta ese último destino que partió en viaje comercial desde el puerto de Cádiz el 18 de febrero de 1770, en ruta directa al Callao con más de 200 tripulantes y pasajeros, capitaneado por José Antonio de Alzaga, acompañado del piloto Manuel de Buenechea y del maestre José de Zavalza, todos experimentados navegantes. La valiosa carga incluía objetos de oro y plata, finas telas, piedras preciosas, vajilla, artículos de lujo, instrumentos de navegación y cristalería de la prestigiosa Real Fábrica de Cristales de la Granja de San Ildefonso, entre otras enormes riquezas.
Tras unos cinco meses de viaje y luego de cruzar por aguas magallánicas, el Oriflama fue avistado rumbo a Valparaíso por el velero español Gallardo (llamado realmente San José), durante la tarde del 25 de junio. Iba cerca de Concepción o, en ciertas versiones, hacia la altura de Isla Mocha en la Provincia de Arauco. El capitán, don Juan Esteban Ezpeleta, saludó de un cañonazo a su amigo Alzaga y a los tripulantes del Oriflama en la distancia, luego de ponerse al pairo desplegando también algunas señales, pero sin recibir respuesta.
Intrigado y temiendo ocurrida alguna desgracia, Ezpeleta ordenó seguir al silencioso navío, el que fue abordado poco después por sus hombres en un bote al mando del piloto Joseph de Álvarez. Lo que presenciaron en cubierta fue dantesco y espeluznante: sólo quedaban 106 personas arriba, unas muertas y otras enfermas: apenas 30 de ellas podían estar de pie, débiles, delirantes e incapaces de explicar bien lo sucedido. Uno de los agotados marineros incluso habría trepado intentado encender un faro del mástil durante el día anterior, pero en el intentó cayó al agua antes de lograrlo, según se enteraron. Cierta versión dice, también, que el propio Alzaga estaba entre aquellos desventurados y pidiendo auxilio ya casi al borde de expirar. Alguna extraña peste, frío, escorbuto o hambre habían hecho sucumbir al Oriflama obligando a echar al mar casi 80 cuerpos ya.
El Oriflama se ha vuelto una de las leyendas más curiosas de Chile sobre barcos fantasmas y, a la vez, tesoros perdidos.
Un navío francés de la época del Oriflama, que acabaría varado en 1770 en el Maule. Fuente: Enseñanzas Náuticas.
El caso del Oriflama en pequeño reportaje de "La Tercera" (junio de 2019).
Enterado de lo sucedido al regresar los enviados, Ezpeleta ordenó bajar ahora cuatro botes con 40 hombres para rescatar a los agónicos y llevar provisiones a los sobrevivientes. Sin embargo, cuando estaban en esto empeoró el clima súbitamente y debieron postergar la maniobra. El Gallardo arrió velas y dio un tiro de aviso al Oriflama para que, aprovechando el viento a favor, se acercaran a ellos quienes debían ser sus salvadores. Sin embargo, otra vez no hubo respuesta: por el contrario, y aunque iba con sólo una vela izada, la nave comenzó a alejarse a la deriva y se perdió en la noche frustrando el rescate. A pesar de que el Gallardo insistió en seguirlo y encender señales de luces, el navío no regresó.
Cuenta la leyenda que, entonces, ante el estupor de todos, súbitamente en la distancia el Oriflama habría subido todas sus velas y encendió la totalidad de sus luces de navegación incluidas las más altas, como señala Plath describiendo la escena. De esta forma, comenzó a alejarse veloz de los aterrados tripulantes del Gallardo, como poseso de una fuerza desconocida en su cubierta donde no se veía un alma capaz de estar en pie. El testimonio de Ezpeleta señalaba que, hacia las 22 horas, pudo divisar la última luz del farol del Oriflama: no lograría ver a la nave perdida en la distancia y la oscuridad sino hasta el día siguiente, hacia las 14.30 horas. Fue el último avistamiento de él aún flotando, cerca de las costas de Constitución y siendo incapaz de alcanzarlo.
En el mediodía del 27 de junio, con el clima empeorado por la tempestad de viento y lluvia, otro capitán llamado Feliciano Lottelier observó al Oriflama peligrosamente encallado enfrente de la playa La Trinchera al norte de Constitución y cerca de Curepto, por la desembocadura del estero Huenchullamí o Libún. Sólo un puñado de hombres se divisaban vivos en cubierta: unas ocho personas, aferradas al bauprés y pidiendo auxilio. A pesar del intento de Lottelier y otros en la playa por rescatar a los infelices, la marejada y las borrascas fueron más fuertes, haciendo desaparecer al trágico Oriflama y dejando parte de sus estructuras y cargas desparramadas por la costa, incluyendo 12 cuerpos.
Dice Elías Lizana en “Apuntes para la historia de Guacarhue y de Pencahue de Talca” que, entre los muertos arrastrados a las arenas, estaba el cadáver de una mujer que traía abrazado un Niño Jesús, estatuilla que quedó en manos de la familia Andrade de Curepto, pasando así al párroco de Cahuil don Luis Alberto Rivera de Andrade. Lizana también desmiente la creencia difundida por Vicuña Mackenna en su libro sobre Valparaíso, respecto de que la familia Letelier es toda descendiente de un Lottelier sobreviviente del Oriflama, tal vez por una confusión con el apellido del capitán en el último intento de rescate.
Apodado desde entonces el Barco de los Agonizantes, el Barco de los Muertos y el Cementerio Flotante, el desastre del Oriflama y la misteriosa epidemia mortal que atacó a su gente al entrar al Pacífico han pasado a ser parte del abundante legendario marinero chileno y un enigma irresoluto. Hubo quienes incluso aseguraban ver al fantasmagórico navío navegando con todas sus luces, a veces emitiendo lamentos y gritos de sufrimiento de su invisible tripulación, en zonas de Navidad a Constitución o hasta tratando de entrar a puerto Valparaíso, sin anclar.
La documentación histórica confirma el valor del cargamento que traía el desgraciado Oriflama, verificando también su extraño naufragio cerca de la boca del río Maule. De hecho, se desató un gran esfuerzo de las autoridades coloniales por recuperar su carga entre 1771 y 1772, sin buenos resultados. El caso ha sido incluso de atención internacional, apareciendo mencionado por Jesús Ignacio Fernández en “Los tesoros del mar y su régimen jurídico”, publicado en México. Así, su fortuna continúa perdida en uno de los pocos casos del legendario nacional que sí ha contado con respaldo histórico para la ambición de los buscadores. Aún dicen que aquel tesoro está custodiado por su tripulación de muertos.
Es verdad que la leyenda del Barco de los Agonizantes pudo perderse de la tradición oral de las provincias costeras en Arauco y Maule, en gran medida, pero al involucrar el caso de una riqueza posiblemente real, el asunto no duerme en el olvido: dio origen a nuevas búsquedas del perdido tesoro de los condenados, en nuestro tiempo. Han sido nuevos esfuerzos no exentos de controversia, sin embargo, con hallazgos confirmados en 2011 y la constitución de la Oriflama S.A. para realizar proyectos culturales y de investigación sobre el navío.
Desde 2019, además, existe en Curepto el Museo El Oriflama creado por la misma sociedad. Cuenta con una exposición de piezas rescatadas, restos de lo que habría sido su preciada carga, maquetas de modelismo naval e interesante información para quienes quieran indagar sobre los aspectos auténticos del caso.
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