EL ANCHIMALLÉN Y EL MISTERIO DE LAS LUCES CORREDORAS

Un anchimallén según la interpretación de Daniel Bernal, "Danber". Fuente imagen: Deviant Art (Imaginante).

Los anchimallenes son identificados como seres mágicos provenientes de la mitología mapuche y pehuenche, aunque a veces han sido confundidos o enredados con la identidad de los cherufes y laftraches, otras criaturas equivalentes a monstruos y gnomos entre las mismas tradiciones en la Araucanía. Aparecen ya en antiguas crónicas de Arauco y son descritos con algunas diferencias, según cada fuente: los relatos se refieren a la criatura de marras también como anchimalén, anchimalhuén, chimalguén o chimalén, habiendo otras corrupciones fonéticas zonales. Este tema fue abordado por Tomás Guevara en obras como "Historia de la civilización de Araucanía", "Psicolojía del pueblo araucano" y "Folklore araucano. Refranes, cuentos, cantos, procedimientos industriales, costumbres prehispanas".

El mestizaje cultural hizo que los anchimallenes fuesen señalados también como una raza de enanos o duendes sin tripas, de aspecto infantil y cola luminosa. Su existencia es dual: un pie en el mundo de los hombres y otro en el mundo más espiritual y terrorífico. Aunque las principales creencias los suponen seres naturales (por muy sobrenaturales que resulten), según la artista e investigadora Celia Leyton Vidal en "Rupadungú", un brujo también puede "fabricarlos" con un bebé que es destrozado y rearmado con su propia sangre, más tres gotas que se sacan del dedo medio o de corazón. Esperando 40 días, cual homúnculo de alquimista, Golem de los rabinos de Praga o monstruo del Dr. Frankenstein, resulta de este proceso una criatura nueva, humanoide y un tanto asexuada, pero de tamaño bajo (cerca de medio metro, o bien diminutos), parecidas a niños muy pequeños, casi bebés, incluso emitiendo un grito parecido al llanto de un neonato.

Ocasionalmente, pueden aparecer de tal proceso anchimallenes con aspecto de niñas según señala Rosendo Huisca en la obra con otros autores "¡Chillkatuayiñ Mapudungu mew! (Lecturas mapuches)". De andar veloz, además, en todos los casos es casi imposible atraparlos si no es con carnadas y favores de algún mago. Por lo general, para el hombre común las posibilidades de avistamientos no llegan a ser más que en la distancia.

Sin embargo, originalmente el anchimallén era un tipo de espíritu luminoso que se mantenía o lograba transformarse en esferas de luz o fuego, incluso con rayos destellantes. Fue con las crónicas de europeos sobre el territorio que comenzaron a enfatizarse sus analogías y rasgos de identidad más asociados a gnomos y trasgos. A estos espíritus resplandecientes se los veía fugazmente antes de desaparecer, especialmente en las noches, durante las tormentas o batiéndose en contienda entre dos o más de ellos. Cuando la presencia de los mismos se da cerca de las aldeas, a veces deja huellas pequeñas sobre el barro o la nieve, en el mismo sector que se oyeron sus gemidos infantiles. Habitan de preferencia en los bosques y los montes, sin embargo, flotando en el aire y descendiendo de cuando en cuando a tierra. Los perros ladran y se esconden tiritando cuando se hacen presentes.

Los anchimallenes cumplen también con un rol equivalente a una especie de mensajero o anunciador de la muerte o de enfermedades catastróficas, en ciertos casos, cuando se deja ver en el mundo de los vivos o Püllü Mapu. Contemplar la aparición de uno o más de ellos no es una situación segura para los humanos, en consecuencia: podía causar ceguera, dejar tuerto, aturdido, enfermo o "enlesado" (atontado) al observador. Por este motivo es que se recomendaba no acercarse ni perseguirlo, en caso se ser divisado o advertirse su resplandor en la lejanía, aunque no habrían faltado quienes desoyeron este sabio consejo de ancianos, pagando su actuar con terribles consecuencias.

Por las mismas razones anteriores, si se siente que un anchimallén anda cerca de una casa, ruca, campo o lugar de trabajo, entonces, el afectado debe espantarlo haciendo ruidos con objetos metálicos como espuelas, sonajas u hojas de cuchillas, evitando así una tragedia. Si acaso ha enfermado o poseído ya a una persona, en cambio, debe ser sacado del cuerpo de la víctima con una ceremonia machitún, a cargo de una machi. No hay garantía de buen resultado en todos los pacientes.

Sin embargo, los hechiceros más diestros pueden utilizar al anchimallén para sus prácticas de brujería, empleándolos como criaturas favorables a un propósito benéfico o malvado según la voluntad de un calcu, en otra analogía con las creencias sobre gnomos y duendes europeos. Para este propósito, el anchimallén debe ser bien alimentado con sangre fresca y varios agasajos como leche con miel, frutas en almíbar y a veces hasta con chicha; de lo contrario morirá de hambre o bien se escapará buscando otro dueño. Aunque se trate de entidades etéreas, entonces, mientras más gordo y bien alimentado esté, menos posibilidades hay de que escape o sea robado por otro brujo, ya que son muy cotizados, fuera de lo difíciles de domesticar que resultan. Además, contaban en Arauco que, si se olvida saciar su apetito, el encargado puede recibir la muerte como castigo.

Dado que el folclore mapuche y huilliche se refiere al anchimallén como esferas de fuego muy brillantes o bien como bolas de luz azulada, no han faltado quienes intentan asociar esta creencia a ancestrales visitas cósmicas, naves espaciales y alienígenas. El que aparezcan en territorios embrujados o cementerios aporta también a la impresión de que trataría de una forma de almas errantes. La dispersión geográfica de la leyenda, además, llega incluso hasta los alrededores del Nahuel Huapi y de Neuquén, en Argentina, según informan autores como Gregorio Álvarez en "El tronco de oro". Algunas tradiciones más modernas los vinculan a las identidades astrales de Antu (Sol) y Kuyén (Luna), aunque con variaciones importantes a las descripciones más conocidas de la entidad.

Una interpretación libre (nuestra) del espíritu anchimallén.

Boca del río Colu en Quicaví, visto desde el mirador de don Koki Nancuante, guía turístico chilote y estudioso de la agrupación de brujos La Recta Provincia. Esta sería una zona de frecuentes avistamientos de fenómenos similares al anchimallén.

Los extraños seres resplandecientes llegan también a Chiloé, con un memorable avistamiento de luces sobre el mar desde el sector de la desembocadura del río Chepu y la zona boscosa al surponiente de Ancud, hacia el año 2000. Este hecho que causó sensación entre los chilotes e inspiró la obra y nombre del Muelle de la Luz que allí se construyó, como un proyecto artístico surgido desde el Sindicato de Pescadores de Chepu, hoy atractivo turístico.

Cabe señalar que aún se reportan avistamientos de extrañas luces errantes o dejando barridos luminosos en sectores solitarios y remotos durante las noches, como en los bosques de Punta Colu, al costado norte de la boca del río Colu y mirando desde los acantilados en la entrada a Quicaví, en donde estaban las famosas cuevas de brujos de esta localidad, capital de la famosa Recta Provincia. Don Koki Nancuante, guía turístico y residente del sector, asegura haber presenciado esta anomalía varias veces, instalando una tarima que sirve de mirador en el lugar. Entre otras explicaciones, las creencias locales asumen que corresponden a brujos o calcus adoptando una forma etérea para desplazarse desde un lugar a otro, tomando un brillo propio durante el tiempo en que permanezcan en este estado.

Lo que sea que las tradiciones locales llamaron anchimallenes y que hoy podría ser incorporado incluso a leyendas internacionales como las de los foo fighters, también fue conocido en otras regiones del país, algunas muy distantes, asumiendo diferentes identidades y roles. Populares llegaron a ser, por ejemplo, los buscadores de supuestos entierros de tesoros a fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, cuya ubicación era señalada por la presencia de bolas luminosas y parpadeantes que, tras flotar por el aire a baja altura, se internaban por la tierra o una gruta en el lugar preciso. La descripción que se hace de tales esferas resplandecientes cortando las noches es, básicamente, la misma del anchimallén.

Lamentablemente, aquellas creencias en tesoros sepultados en patios y campos dieron oportunidad a muchos estafadores, charlatanes y falsos médiums para embaucar a pobres familias rurales o de villas populares, en aquellos años. De todos modos, el folclore asociado a las mismas era tan fuerte que perduró largo tiempo en el imaginario popular, con casos todavía en nuestra época. Oreste Plath explica más sobre estas luces corredoras y los tesoros en su “Folklore chileno”:

Los entierros o tapados pertenecen un poco al misterio, a la brujería, a las alucinaciones, en las que no faltan extraños aparecidos o luces que se corren. Hay ciudades y zonas de prestigio de guardadoras de grandes entierros. Es sabido que, en los tiempos antiguos, no había bancos ni cajas de fondos, y el temor a los robos hacía que los valores se enterraran en hoyos en el suelo o en cavidades que se practicaban en los murallones. La costumbre de los entierros se generalizó en Chile durante la guerra de la Independencia y durante las revoluciones políticas que vinieron después, con el objeto de poner los tesoros a cubierto de la rapacidad de los vencedores.

La misma clase de luces acusando presencias de tesoros sepultados aparece en una leyenda del pueblo fantasma y la pampa de Zapiga, en Tarapacá, con una fortuna que se supone dejada oculta por soldados chilenos de la Guerra del Pacífico o acaso en la Guerra Civil del 1891, considerando que allí tuvo lugar el Combate de Zapita del 21 de enero de ese año. De acuerdo al poeta y cronista Juan García Rodríguez en “Leyendas del norte profundo”, aquellas lucecitas se presentaban a los viajeros y buscadores pero desaparecían cuando estaban acercándose demasiado, evitando revelar así su secreto en el momento final. En la tradición, entonces, eran espíritus o seres fantasmales que resguardaban los mismos tesoros.

Otro caso interesante es el de Las Pataguas de Quilpué, específicamente en un grupo de árboles de la misma especie nativa que da nombre a la localidad. La materia es descrita también por Plath: dice que ahí, a veces, los mismos árboles se llenaban de luces al punto de que “muchos aseguran han visto convertidas, en las noches, en verdaderos árboles de Pascua”, anunciando con ello la presencia de otro entierro escondido en el lugar. Como sucede invariablemente en estos relatos, sin embargo, nadie lo ha encontrado. Hasta derribaron algunas de las pataguas buscándolo, pero sin resultado.

En un campo más racional y dado que los anchimallenes han sido descritos tradicionalmente como bolas de fuego o luces flotantes con animación propia, fuera de lo que se ha querido creer sobre una voluntad inteligente en sus desplazamientos, puede pensarse en alguna relación con eventos de la naturaleza, principalmente meteorológicos o astronómicos. Se trata de algunos tan excepcionales pero reales como rayos de comportamientos anormales, las centellas o rayos esféricos, los meteoros y meteoritos, las estrellas fugaces y el impresionante fenómeno de los fuegos fatuos, que se han dado en pantanos y cementerios. Esta última relación asoma en “Flores de cobre. Chile entre 1969 y 1973” de Jarka Stuchlik, cuando se refiere a un testimonio que conoce de viaje a la localidad araucana de Coipuco:

El Anchimallin resultó ser un pequeño espíritu más bien encantador. El folclore local lo había previsto todo. Se trataba de una pequeña niñita de camisa blanca que flotaba justo arriba del suelo y saltaba de un lugar a otro como un fuego fatuo, y que se aparecía principalmente a los niños. Era como una especie de genio del mediodía de los pequeños, sólo venía en ese momento, presentándose súbitamente entre medio de ellos que, asustados, quedaban transformados en piedras. Sólo los que la veían primero se salvaban. Como buen pueblo de campo, los mapuches se entretenían de verdad con su miedo a los espíritus.

Existe la posibilidad de que estén involucrados seres vivientes en la explicación, además. Uno de los principales sospechosos sería un hongo comestible y que crece como parásito de árboles y capaz de proyectar fluorescencia, llamado hongo de la miel o pique, entre los científicos Armillaria mellea. Se da en el sur del país, justamente.

Menos explorada parece ser la posibilidad de las luces corredoras y otras manifestaciones parecidas sean en realidad animales lumínicos habitantes de los bosques, particularmente como la luciérnaga, los hipnóticos insectos coleópteros cuya presencia en el país no parece estar bien estudiada, a pesar de existir testimonios de avistamientos en regiones como las del Biobío y la Araucanía (ver artículo “Luciérnagas en Chile: ¿qué se sabe sobre ellas?” de Francisca Inostroza, en “Ladera Sur”, 10 de noviembre de 2022). El fotógrafo de la agencia Reuters, Cristóbal Saavedra, logró hacer impresionantes registros nocturnos con los trazados de luz de estas luciérnagas en Pitrufquén, durante enero del año 2021.

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