LOS EXPATRIADOS DEL CIELO Y DE LA TIERRA EN EL CERRO SANTA LUCÍA
El entonces oscuro y estéril peñón del cerro Santa Lucía guardó mucha intimidad de la ciudad colonial de Santiago, desde los orígenes de la urbe. Sus leyendas y cargas históricas más oscuras no sólo persistieron después de los trabajos para su conversión en un hermoso paseo neoclásico y romántico con jardines, dirigida por el intendente Benjamín Vicuña Mackenna entre 1872 y 1874, sino que aumentaron durante el mismo período. En gran medida, esto se debió a la aparición de curiosas galerías interiores y otros hallazgos notables durante la ejecución de las mismas obras.
En el breve período de la Reconquista (1814-1817) dos terrazas fortificadas habían sido construidas en los extremos norte y sur del cerro, destinadas a resguardar la ciudad en caso de una nueva intentona emancipadora como la que ya había caído herida de muerte en la plaza de Rancagua. Fueron hechas en tiempos del gobernador Casimiro Marcó del Pont, última autoridad española de la Capitanía de Chile, quien habían empleado para ellas a prisioneros, curiosamente, de la misma manera que Vicuña Mackenna iba a hacer casi 60 años después con su paseo allí también. Las defensas para la vigilancia y la disposición de cañones que serían instaladas coinciden con las actuales terrazas de altura y principales del paseo original: la después llamada Caupolicán, ubicada al sur en donde se situó el Castillo González, y la terraza norte del Castillo Hidalgo, ex batería del mismo nombre. Ambas habían sido concluidas hacia 1816, aunque su relevancia estratégica y militar fue bastante poca una vez que comenzó la siguiente arremetida de los patriotas, consumada exitosamente en el año siguiente con la batalla de Chacabuco y, después del traspié en Cancha Rayada, con la reafirmación triunfal de Maipú en 1818.
Celebrada ya la Independencia y caído con gran estrépito el poder de los realistas en Chile, el cerro volvió a sumirse en una parcial penumbra de olvido por la subutilización de muchos de sus espacios. Fue entonces cuando, por el año 1820, se dispuso que los ciudadanos de Santiago quienes profesaban la fe protestante, religiones no cristianas, ateos, suicidas y pecadores fueran sepultados en la ladera del mismo cerro Santa Lucía hacia el sector que da a la hoy llamada calle Victoria Subercaseaux, ex calle del Cerro entre la actual Alameda y Merced.
Sucedía aquello porque los no católicos habían quedado excluidos de ser sepultados en iglesias y parroquias, así que, careciendo de cementerios propios, sus despojos o cenizas (así eran llamados los restos humanos en esos años, no confundir con la cremación) acababan tratados como cadáveres de leprosos o apestados. Obviamente, estos despreciados hasta más allá de la muerte pagaban las consecuencias del conservadurismo o de los dogmas generales, en los mismos tiempos cuando aparecían edictos tales como los Bandos de Buen Orden de 1823, durante el gobierno de Ramón Freire y concebidos por el ministro Mariano Egaña: “enseñaban a los santiaguinos hasta el modo de persignarse”, comentó con sarcasmo Vicuña Mackenna sobre ellos, en alguna ocasión.
Pasaron los años y la fosa para la misma clase de despreciados quedó parcialmente olvidada en la pendiente del cerro. Incluso hubo un desdén hacia todo este sector de la ciudad coincidente con los límites del actual barrio Lastarria, antes muy profanado (u olvidado, según el punto de vista) por el progreso urbano y el propio aseo público. Se supone que, al no haber indicación observable para señalar la presencia de inhumaciones allí, se perdió también el lugar en donde reposaban aquellos huesos, desapareciendo incluso de la memoria oral de los santiaguinos. Empero, debe señalarse que el "Plano i vista panorámica del Cerro i Paseo de Santa Lucia tal cual existía el 15 de febrero de 1873" disponible en la Mapoteca de la Biblioteca Nacional, se ve en el punto preciso de la fosa un alto de piedras con un par de cruces, no sabemos si existente allí desde antes de la intervención ordenada por Vicuña Mackenna un año antes. En la roca mayor se lee incluso la inscripción "Huelén", tal como en el peñón del acceso por la calle del Bretón, actual Santa Lucía, que fue el acceso principal del cerro al momento de ser inaugurado en 1874.
Fueran o no recordados entre la sociedad chilena, los enterramientos del Santa Lucía acabaron siendo redescubiertos cuando vuelven a ver la luz los restos humanos destapados por las cuadrillas de trabajadores, en los inicios de las obras del paseo en 1872. Efectivamente, estaban al costado de la explanada junto a la terraza del fuerte, por el camino llamado Desfiladero de Huelén-Guala hecho desde el Jardín Circular por el costado oriente, contorneando al Castillo Hidalgo. Esta la ladera daba hacia una propiedad de la familia Pérez, al pie del cerro, y hacia donde se abrieron también las calles Rosal y Pedro de Valdivia, así llamada esta por un error histórico: la creencia de que el conquistador tuvo su residencia en la esquina que hoy es parte del templo de la Vera Cruz, por Lastarria. Esta vía es la actual calle Padre Luis de Valdivia, uniendo Lastarria con Victoria Subercaseaux.
El descubrimiento sucedió, más exactamente, cuando se preparaba la etapa de construcción de las terrazas de adoquines y áreas de jardines consideradas en los planos del arquitecto Manuel Aldunate, abajo y alrededor del Castillo Hidalgo. Sorprendidos y conmovidos con el hallazgo, entonces, los encargados comprendieron rápidamente de qué se trataba y tomaron medidas para incorporar la memoria de la fosa al paseo mismo. La idea era ennoblecer el lugar y, en cierta forma, también desagraviarlo allí en lo alto, casi enfrente de la actual calle Valdivia.
Fragmento del "Plano i vista
panorámica del Cerro i Paseo de Santa Lucia tal cual existía el 15 de febrero de
1873". Al centro, se observa lo que parece ser el primer monumento funerario a
los sepultados en el lugar. Fuente: Biblioteca Nacional Digital.
El monumento "a los expatriados del Cielo y de la Tierra" en 1874, cuando se inauguraba e paseo del cerro Santa Lucía, en los registros fotográficos para el "Álbum del Santa Lucía" de Benjamín Vicuña Mackenna.
Vista actual del monumento en la ex fosa del Santa Lucía, conocido como la Estatua de los Herejes.
Por decisión de Vicuña Mackenna y sus asesores, tras la habilitación de los mencionados jardines se construyó allí un pequeño memorial junto a la fosa, con una de las figuras artísticas traídas desde casas francesas de metalurgia ornamental. Correspondía a una mujer que alzaba su mano en forma piadosa y triste, siendo conocida como la Estatua de los Herejes. Este monumento se ubica aún en el contorno del camino junto al castillo y más allá del Jardín Circular. Una sentida placa mármol fue empotrada en su plinto como homenaje y recuerdo para “los primeros desterrados que precedieron a la cultura cristiana que tanto nos honra hoy día”, de acuerdo a lo que comentó Vicuña Mackenna cuando ya eran concluidas las obras. La inscripción de esta misma dice:
En este sitio yacieron sepultados durante medio siglo.
1820 - 1872
Septiembre de 1872.
B. V. M.
El propio intendente y conspicuo intelectual chileno escribiría después en su “Álbum del Santa Lucía”, publicado en 1874 para celebrar la apertura del flamante paseo del cerro:
Recuerda esta figura emblemática a uno de los más dolorosos episodios de nuestra laboriosa civilización, cual fue el entierro que como sitio vil se hizo en la explanada del castillo Hidalgo de los primeros protestantes que después de la revolución de la independencia (antes no existía uno solo) fallecieron en Santiago.
Es esta una bonita y bien acabada reproducción de la estatua del fecundo escultor Mathurin Moreau, y que lleva por su actitud, depositando una flor, el nombre apropiado de Recuerdo.
Cabe señalar que no fue una gran cantidad de osamentas las allí encontradas, a diferencia de lo que reza cierta creencia popular actual. El propio intendente comenta que, bajo las baldosas o adoquines de la terraza que habían sido confeccionados por los hábiles canteros con piedra del cerro San Cristóbal, encontraron restos de sólo cuatro cuerpos. El valor del descubrimiento, entonces, se relaciona más bien con la profunda significación y los conflictos del pensamiento humano ante el avance histórico, que con asuntos fríamente numéricos. “Desde entonces lo que había sido un presidio y un cementerio se trocó en un fresco y armónico jardín”, anotaba don Benjamín expiando de culpas al lugar.
Cabe indicar que, por el mismo lado del fuerte Hildalgo, los realistas habían hecho construir también un pozo y una caldera para fundir balas de cañones. Con el tiempo, sin embargo, estas instalaciones quedaron abandonadas, abonando a la siempre prolífica imaginación popular. De este modo, se creyó después que tal pozo era en donde se quemaba a los herejes por orden de las autoridades de la Inquisición, abriendo otro saco de historias sombrías y perspicaces sobre la mala fama del cerro que, quizá, hayan estado enredadas también con la vaga memoria de los sepultados a sólo metros del mismo lugar en donde estuvieron las baterías.
Tal como sucedió con el horno que estaba en el sector del Castillo González, el del norte había sido demolido en 1872: se construyó encima el pilar con una de las dos figuras de leones tutelares de hierro que custodiaban el acceso al Castillo Hidalgo, mientras fue un museo histórico también fundado en aquellas obras. En el lugar funcionó después un restaurante y, en nuestro tiempo, es un centro de eventos. Ambas imágenes felinas están hoy en el acceso poniente al cerro, en el lado de la calle Santa Lucía. Igual que sucede con varios otros leones metálicos diseñados en pares en la ornamentación pública chilena, una imprecisa leyenda urbana supone que fueron traídos desde Lima como trofeos de la Guerra del 79.
Finalmente, en 1964 las agrupaciones evangélicas de Chile colocaron una nueva placa conmemorativa justo abajo de la que Vicuña Mackenna había fijado en el pedestal de la Estatua de los Herejes, en donde se lee:
en homenaje a los que aquí
fueron sepultados
a causa de su fe en Cristo.
21 - X - 1964.
La Estatua de los Herejes hoy está en un deslucido el pedestal de ladrillo en la actualidad, no en el original, aunque siga en la misma vía por el costado del Castillo Hidalgo. Curiosamente, parece haber sido confundida a veces con otras imágenes femeninas de este lado del cerro, como del Jardín Circular y otra en el sendero oriental inferior, que corresponde en realidad a una de las imágenes de las cuatro estaciones que estaban sobre las remates en las columnas en la terraza o azotea del castillo. Aunque el monumento correcto conserva las placas dedicadas a "los Expatriados del Cielo y de la Tierra", para algunos visitantes ronda cierta incertidumbre sobre la interpretación correcta de la imagen y de quienes fueron a parar allí en el ex foso, durante el período gestacional de la República de Chile.
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