EL MUNDO DEL ESPIRITISMO ENTRE LA CIENCIA Y LAS MIRADAS MÁS CRÉDULAS

"Que viene el Coco", uno de los famosos "caprichos" del artista español Francisco de Goya, finales del siglo XVIII.

En su curiosa e interesante obra de investigación "Brujos y hechicería", Manuel G. Balbontín identifica documentos que se encuentran en las bóvedas del Archivo Nacional de Santiago y que retratan algo sobre los grados de credulidad que dominaban el pensamiento de la sociedad chilena en los tiempos coloniales tardíos. Uno de ellos era el "Libro de Quiromancia", que parece haber sido escrito en el siglo XVIII, el que consta de tres dibujos con las representaciones de las líneas de la mano y sus medidas, más nueve capítulos y un estudio adicional titulado "Fidelidad e Infidelidad", además de describir una suerte de oráculo llamado "Tratado de la Rueda de Pitágoras" y un anexo con la "Pitagórica Astrología de Valverde de Cuesio".

La fascinación de las clases ilustradas de entonces con los temas de ciencias ocultas y hermetismo queda más desnudada aún en el "Cuaderno Curioso de Diferentes Secretos", el que por sus caracteres y caligrafía se presume hecho a fines del mismo siglo. El copista de este manuscrito sobre litomancia, conjuros y algo de astrología, preventivamente anotó en él: "Todo lo escrito lo tengo puramente por mera curiosidad, trascender a más, así lo creo". Balbontín encontró allí, por ejemplo, que esculpir una liebre en piedra sirve para "sanar a los frenéticos y resistir las tentaciones del diablo", a diferencia de esculpir un buitre en crisolete, que serviría para invocar demonios. Se asegura también que el sortilegio "Erga, terga, sacra y nerga" inscrito en un anillo sirve para paralizar a un enemigo, o que la leche materna tomada de una madre o hija con ambas criando un varón sirve para hacer una tinta simpática: mezclada con tinta corriente, todo lo que se pida escribiéndolo con ella será concedido. Una de las recetas mágicas más extrañas allí compiladas indica también que, haciendo una fórmula mágica con hiel de gato negro más la enjundia bien derretida de una gallina blanca, ambos ingredientes en partes iguales, si esta se unta en los párpados aquellos ojos serán capaces de ver a las mujeres "en cuero" (desnudas).

Si se evalúa con frialdad aquel escenario cultural, las condiciones mentales de la sociedad decimonónica chilena estaban muy predispuestas a aceptar como realidad las creencias sobre la comunicación con dimensiones de espíritus o fallecidos. Tanto desde las prácticas folclóricas de la fe popular como desde las raíces profundas de las tradiciones paganas entre pueblos nativos del territorio, la relación del mundo de los vivos con el de los muertos, así como la posibilidad de recurrir a la magia o los estados sobrenaturales, eran algo muy presente y factible. En aquellas categorías estaban los velorios del angelito, por ejemplo, "celebrando" la muerte de un niño pequeño en plena pureza, pues eso lo convertía automáticamente en ángel del Cielo. Parecido es el caso del culto a las animitas, solicitando favores a los fallecidos en el lugar de su desgracia o su tumba para acelerar su salida del purgatorio y entrada en la Gloria de Dios.

Como reflejo de aquel momento en el conocimiento universal, los límites de la ciencia y la superstición seguían siendo muy débiles y permeables, por supuesto. Era algo que incluso se reflejaba en la clásica medicina galénica, con procedimientos que hoy serían casi cómicos o bárbaros a la luz de los nuevos avances y la claridad del progreso. Sin embargo, también corría por línea paralela a la más científica el pensamiento de raigambre más esotérica u ocultista, de la misma manera que la alquimia lo hizo junto a la química o la astrología junto a la astronomía, de modo que pretender que las primeras son sólo estados anteriores de las segundas, ya más serias y con mirada madura, tampoco sería del todo preciso.

Relacionado con el mismo asunto, hemos dicho en otra parte de este sitio que una gran cantidad de hombres de ciencia y académicos del mismo siglo XIX se mostraron reacios a aceptar el creciente fenómeno del espiritismo desencadenado por las hermanas Fox en los Estados Unidos y armado de una construcción filosófica por parte de Allan Kardec en Francia. Sin embargo, y como en toda clase de debates involucrando el pensamiento crítico, también hubo algunos científicos a quienes el interés pudo eclipsar su sano escepticismo... Algunos, no: varios, más bien. El psicólogo y profesor de ética y lógica norteamericano James H. Hyslop, por ejemplo, fue presidente de la Sociedad Americana de Investigación Psíquica y aseguró desde su alto prestigio académico estar en comunicación diaria con espíritus de ilustres fallecidos, algo que debe haber sido de enorme importancia o influencia para tomar en serio el tema de marras. En tanto, el químico uruguayo-argentino Ovidio Ribaudi intentó experimentar y medir lo que llamó fenómenos "trascendentales" del espiritismo, fundado de paso la Sociedad Magnetológica Argentina, con una revista propia, y el Centro Socialista de Balvanera, para llevar adelante sus experiencias.

El mismo concepto del ectoplasma, referido al material en forma de fluido etéreo o vaporoso del que se conformarían los fantasmas saliendo del cuerpo de los médiums materializadores de almas durante sus sesiones, sería propuesto por un conocido médico y fisiólogo: el francés Charles Richet, uno de los principales y más citados estudiosos del tema. Richet dudaba del origen extraterrenal o desde el Más Allá para el mismo fenómeno mediúmnico y las manifestaciones logradas por espiritistas, sin embargo: lo atribuía a fuerzas físicas que, de algún modo, se activaban en esos encuentros.

Pero el caso más insólito sobre científicos involucrados en el espiritismo fue del químico y físico inglés William Crookes: inventor del tubo de rayos catódicos y descubridor del talio, se interesó tanto en aquella clase de experiencias y, particularmente, en las sesiones de la famosa médium londinense Florence Crook, entre 1871 y 1874, que la obsesión acabaría dañando su prestigio y su propia sensatez. Por extraño que suene, entonces, Crookes terminó virtualmente enamorado, escribiendo poemas y retratándose en fotografías con un pretendido fantasma llamado Katie King, que se hacía presente en estas oscuras reuniones. Esta figura se materializaba en tales encuentros de Crook y decía ser una bella chica de 23 años muerta en la época de Carlos II, pero que habría sido representada en realidad por una actriz, según revelaciones posteriores.

Ceremonia del machitún mapuche, conducida por las magas machis, en ilustración publicada en la obra de Claudio Gay, siglo XIX. Los pueblos nativos ya tenían definida su relación con el mundo espiritual, encontrando después puntos de fusión con el cristianismo.

Un fantascopio o linterna mágica de fines del siglo XVIII, en grabado de 1799 con el aparato patentado por Robertson. Imagen publicada por Paul Burns en "Pre Cinema History".

Una escena de la controvertida obra-espectáculo "La Nonne Sanglante", lograda con linterna mágica en el Theatre de la porte S. Martin en Francia, en abril de 1835. Original en la Biblioteca Nacional de Francia. Las liternas mágicas que se usaban en esta clase de espectáculos impusieron la idea de los fantasmas como seres etéros y traslúcidos.

"Velorio del Angelito", obra de Manuel Antonio Caro, 1873. Otra de las extrañas relaciones del pueblo chileno con la muerte, en las tradiciones funerarias.

El que un personaje con la reputación de Crookes se haya puesto del lado de espiritistas, médiums y taumaturgos de tal manera, probablemente haya sido otro aliciente para muchos de los creyentes en la comunicación con los muertos. Mas, no fue el único, ni estuvo excesivamente fuera de sintonía con el estrato más culto: se sabe que el espiritismo también fue de la atención del neurólogo y psicólogo Sigmund Freud, el criminólogo Cesare Lombroso, el astrónomo Camille Flammarion, el escritor Víctor Hugo, el físico Oliver Joseph Lodge y en genio ingenieril Nikola Tesla. El inventor Thomas Alva Edison hasta habría reconocido su interés en crear un aparato capaz de comunicarse con los fallecidos, aunque no se sabe qué tan lejos pudo llegar en el desarrollo de semejante idea, si es que era real.

Debe observarse que todo aquello sucedería ya hacia el final de la gran ola mediúmnica, sin embargo: cuando la moda de la metapsíquica y sus derivados habían pasado a ser englobados en la llamada parapsicología, en otro esfuerzo por vestir de ciencia tales materias. Se enfatizarán así, desde el epílogo de la época victoriana, sus rasgos más oscuros y hasta siniestros, con los que llega también a la literatura y al cine de la nueva centuria.

Cabe añadir que, a esas alturas, aparatos teatrales, circenses y de espectáculos de efectos especiales como el fantasmascopio o linterna mágica, proyector primitivo que figura entre los antecedentes del cinematógrafo, habían ido fomentando la idea popular de las apariciones de espíritus con aspecto vaporoso, transparente o medianamente traslúcido. Sucede que, hasta tiempos previos, esa característica no era propia de las almas errantes, las que solían ser representadas o descritas como seres más bien corpóreos y, con frecuencia, envueltos en sus propias mortajas blancas. Este último rasgo instaló en el imaginario, a su vez, la idea del clásico e icónico fantasma de telas flotantes o bajo grandes velos blancos, algo que se acomodó bastante bien a la creencia en los fluidos de ectoplasma dando forma a las almas venidas desde el más allá.

Aquellos eran los mismos momentos en que la médium italiana Eusapia Paladino y la francesa Eva Carrière (o Eva C., nacida como Martha Béraud) aterraban a Europa con sus sesiones en las que aparecían rostros y miembros ectoplasmáticos, después muy cuestionadas en su veracidad. Otros médiums europeos inspiraban por entonces al físico inglés William Jackson Crawford para proponer el concepto de la "fuerza psíquica", intentando explicar con ello el origen de tales ectoplasmas y otros fenómenos observables en las sesiones. Y, haciendo pruebas con amigos para inclinar mesas sólo poniendo encima las manos y a veces con peso extra como lastre, el suizo Agénor Étienne, conde de Gasparin, proponía también la existencia de una "fuerza excéntrica" operando en estas anormalidades. Unos años después, reconocidos paragnostas como el polaco Franek Kluski (Teofil Modrzejewski) y la propia Carrière realizaron pruebas de producción ectoplasmática en el laboratorio del médico francés Gustave Geley, quien fue hasta su muerte fue director del Instituto de Metafísica Internacional. En contraste, el  sociólogo y físico aficionado Gustavo Le Bon, también francés, no ocultaba su incredulidad sobre el mundo paranormal y criticaba la asignación de recursos a institutos o centros de investigación de estos fenómenos.

A pesar de los constantes fraudes y aunque los creyentes del fenómeno no lo sabían bien en esos momentos, en el período de transición entre ambas centurias ya estaban naciendo y debutando los últimos grandes psíquicos y espiritistas exponentes de la gran ola mediúmnica mundial, cuya fama explotará ya a principios del siglo XX. Entre ellos estuvieron los hermanos Willi y Rudi Schneider en Austria, ofreciendo pruebas de materializaciones y telekinesis; y la británica Helen Duncan, haciendo visibles a supuestos fantasmas de facciones grotescas. La médium francosuiza Hélène Smith (Catherine-Elise Muller), en cambio, aseguraba poder contactarse con Cagliostro, Víctor Hugo y hasta con marcianos. Esta última camada a inicios del nuevo siglo fue tan abundante que Richet la calcularía en unos tres o cuatro millones de médiums repartidos por el mundo, hacia 1927.

Como anunciamos al principio de este artículo, entonces, Chile tampoco iba a quedar ajeno a la nómina de aquella última generación, así como al debate entre la ciencia y la credulidad que ya se daba en todo el mundo. La descrita predisposición mental y las presencias latentes de conceptos muy semejantes a la comunicación con el mundo de los muertos, la hechicería o las invocaciones ciertamente pueden haber favorecido esta receptividad al tema del espiritismo, el espiritualismo kardeciano y otras expresiones de tenor parecido.

Como consecuencia de lo anterior, la sociedad chilena ofrecería casos propios para las nóminas, muchos al final de la asombrosa embestida internacional del espiritismo con sus demostraciones de poderes paranormales y sesiones de comunicación con los muertos causando furor en algunos círculos. El escritor Roberto Merino menciona en sus crónicas de Santiago, por ejemplo, el caso de un centro ocultista ubicado en la tercera cuadra de calle San Francisco "donde los espíritus protervos se adueñaban continuamente de la situación a despecho de los médims", haciendo volar allí espadas u otros objetos, y arrojando por el tragaluz desde el cielo nocturno una pesada máquina de imprenta, en alguna ocasión.

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