TERRORES VAMPÍRICOS EN EL CEMENTERIO CATÓLICO DE SANTIAGO

Sector exterior del mausoleo de don José Tomás Vargas, fallecido a principios de 1899.

Después de la literatura, fue el cine mudo el gran soporte que expandiría la fama de los hombres vampiros a nivel popular en el siglo XX, dando pábulo a la aparición de nuevas y más curiosas leyendas sobre estos mismos seres imaginarios por todas partes del mundo e incorporadas directamente al propio folclore. Los vampiros, de hecho, habían saltado a los cinematógrafos de Europa en 1896 con “La mansión del Diablo”, obra del ilusionista francés George Méliès. Es considerada por muchos como la primera película de terror de la historia del cine, aunque la única alusión vampírica de este corto de sólo unos tres minutos es al inicio: una tosca marioneta de un murciélago que vuela movida por cuerdas dentro de un castillo y luego se convierte en ser humano entre una explosión de humo con corte súbito de escena en la cinta, algo que también se ubica en la generación de primeros efectos especiales del cine.

Posteriormente, el ítalo-estadounidense Robert G. Vignola rodó en 1913 “El vampiro”, en donde aparecen estas mismas criaturas pero representadas por sensuales actrices, con Alice Hollister y Harry F. Millarde como protagonistas. Tal vez se retomaba con esto la temprana presencia femenina en la literatura vampírica de Sheridan Le Fanu y Edgar Allan Poe, o se debía acaso a influencias de la oscura leyenda gótica sobre crímenes y artes diabólicas implicando a la princesa Leonor de Schwarzenberg en la Europa Central del siglo XVIII. Lo cierto es que Vignola se inspiraba en un poema de Rudyard Kipling de 1897 que tenía el mismo título, basado a su vez en un cuadro del pintor Philip Burne-Jones. Kipling, a su vez, se inscribe también en los antecedentes de la tradición, al menos desde la literatura: Frank Powell usó un fragmento del mismo poema para titular su película de 1915 “Érase un tonto…” (“A fool there was..”), que protagonizó la mítica actriz estadounidense Theda Bara en el papel de una vampira. Con ella comenzó, de hecho, la romántica y glamorosa era de las chicas vamps, con el estereotipo de mujer seductora y fatal que hechizó por largo tiempo a Hollywood y que pudo ser redituable incluso hasta la época del cine sonoro.

Los vampiros nobiliarios, en cambio, comenzarían con “Drakula halála” del director húngaro Károly Lajthay, en 1921, aunque este filme se haya perdido; pero sobre todo con “Nosferatu”, rodada a por Friedrich Wilhelm Murnau en 1922. Ambas obras se basaban en la imagen del conde-vampiro de Bram Stocker en la novela “Dracula”, de 1897, explotada más explícitamente y como tal por el cine con actores como Béla Lugosi, a partir de 1931, y Christopher Lee, desde 1958.

Con el imaginario de las masas empapado ya por la creencia en aquellos elegantes y misteriosos vampiros fomentada ahora desde el cine y como refuerzo a su presencia en la literatura, entonces, no fue raro que en Chile apareciera también toda clase de historias señalado a diferentes personajes que en vida representaron intriga o rumores como sospechosos de ser engendros de aquella infernal naturaleza. Algunos ya llevaban largo tiempo en la paz del descanso póstumo, pero bastaron algunas interpretaciones imaginativas sobre sus respectivas sepulturas o sus símbolos en las lápidas para comenzar a alimentar la fábula de que albergaban alguna clase de monstruo del terror clásico. Para todos los casos, mediaban en el mito las creencias sobre pactos diabólicos, las maldiciones y, a veces, también brujería o demonología.

Un caso de Santiago se localiza en el Cementerio Católico de Recoleta, al costado poniente del panteón y pabellón de acceso en calle Arzobispo Valdivieso. No es la única historia de este tipo que se ha escuchado allí o en el cercano Cementerio General, ciertamente, pero es la más conocida e impresionante por la cantidad de detalles que algunos logran buscar, rebuscar y encontrar sin problemas en la sepultura para justificar la creencia. El tema ha sido estudiado y difundido, además, por investigadores como César Parra, autor de la “Guía mágica de Santiago”, mientras que muchos datos sobre el personaje y su leyenda fueron recuperados en tiempos recientes por Fabiola Cepeda, estudiosa de cultura funeraria en Chile y quien está detrás de las publicaciones “Crónicas Necróticas”, en plataformas de internet.

Se trata, pues, de la tumba de don José Tomás Vargas del Villar, custodiada por dos hermosas estatuas a sus costados exteriores. Destaca al estar rematada encima de sí por una gran cruz con querubines y flores esculpidos en la misma, además, siendo el primer mausoleo histórico que encuentra el visitante al ingresar desde el panteón frontal hacia los patios y galerías hacia el costado izquierdo. Corresponde en realidad a un conjunto completo con acceso lateral enrejado, pero el grupo artístico frontal con catafalco que da exteriormente hacia el poniente es lo que más destaca en la misma. Por su lado exterior lleva una especie de imitación de custodia o marco circular escultórico en donde se lee: "A mi inolvidable padre José Tomás Vargas, su hija Antonia del Carmen Vargas". Reafirmando estos sinceros sentimientos de deudo, por el lado techado interior se puede leer a la altura del sarcófago otra inscripción con el mismo mensaje de su hija.

De acuerdo al interesante expediente reunido por Cepeda revisando documentación de época, incluido el testamento notariado del señor Vargas allí sepultado, este era hijo de una acaudalada familia terrateniente de San Felipe, nacido en 1819. Vivió en soltería pero tuvo una hija llamada Antonia del Carmen tras una aventura con la joven Úrsula Arancibia, en 1845. La reconoció formalmente sólo cuando él ya estaba en el invierno de su vida, pero no mantuvo una relación distante con ella, ya que traspasó a su nombre una casa de calle San Diego 29, tiempo después. Observa la misma investigadora, además, que cuando don José Tomás murió el 11 de enero de 1899, su sobrino José Baltra Vargas esperaba ser el único heredero del rico señor, pero se encontró con la sorpresa de que este había legado a su hija todos los bienes: su residencia en San Felipe, haciendas de Curicó, La Ligua, San Antonio y Santiago. Esto dio pie a un pleito judicial, aunque sin buenos resultados para Baltra.

Vargas fue sepultado en el Cementerio Católico, en el señalado conjunto de fino rigor artístico y ornamental. La tumba mantiene la trascrita dedicatoria de Antonia, además, y el sector interior del mausoleo funciona como una pequeña sala oratorio en donde existen incluso algunas de descanso, en la actulidad. En una mirada rápida, nada hay en él que parezca justificar inmediatamente la fama de vampiro que algunos le han dado; sin embargo, el Diablo está en los detalles, asegura el dicho... Tanto es así que, como en el famoso caso de Tito Lastarria en el cementerio de Rancagua, se asevera que Vargas también fue metido adentro a la fuerza y envuelto en cadenas o grilletes, para que no pudiera escapar en algún estado de resurrección. Algunas versiones orales más exageradas -y creemos que más nuevas- señalan incluso que fue decapitado o que se le clavó una estaca en el corazón antes de ser encerrado en su tumba.

Artístico aspecto del catafalco por el sector exterior del conjunto. Muchos elementos ornamentales y simbólicos del mismo han desaparecido, sin embargo, como se advierte a simple vista en la imagen.

Algunos de los pretendidos detalles "vampíricos" de la tumba, sector exterior: arriba, los querubines con los ramos florales que algunos quieren interpretar como cuelgas de ajos, con los cristales del vitral a sus espaldas; abajo a la izquierda, las marcas dejadas sobre la estructura por objetos decorativos desaparecidos y que semejan siluetas de murciélagos; abajo a la derecha, el "set" de herramientas que rodea al rostro de Jesús en el paño de la Verónica, coincidentemente relacionadas con las que se da muerte a los vampiros según la tradición.

Sector interior del mismo mausoleo con oratorio y dos altares. El de Cristo, en el vano con arco, está con el vitral del conjunto a su espalda.

Acercamiento al vitral del arco y la figura de la crucifixión de Cristo, con el detalle del siniestro ser volador que es interpretado como la representación de un un murciélago vampiro.

Una de las sospechas sobre el supuesto vampirismo del fallecido señor Vargas está en los ángeles querubines que sostienen las flores en la cruz y por encima del catafalco, por el descrito costado exterior. Estas últimas parecen haber sido rosas, originalmente, pero la erosión del material o bien la sencillez de su acabado escultórico hace que se vean hasta hoy parecidas a cuelgas con bulbos de ajos, para curiosidad del observador. Como es bien sabido, este producto de uso como condimento tradicionalmente ha sido presentado como un repelente de vampiros en la tradición popular y en las ideas especialmente difundidas desde la literatura y la cinematografía.

Otro indicio sobre la supuesta naturaleza vampírica de la sepultura lo dan las extrañas marcas en el mármol y que parecen siluetas de murciélagos, muy intrigantes y extrañas. Parra, sin embargo, explica que se trata de las marcas que dejaron en la superficie desaparecidas piezas metálicas con la representación del reloj de arena alado, símbolo de lo efímero de la vida terrenal, las que estuvieron empotradas en las lápidas pero que se cayeron con el tiempo o bien fueron sustraídas. Algunos visitantes y curiosos porfiados, sin embargo, han aceptado de mala gana que se trataba de esos inocentes relojes de arena, pero ahora bajo el supuesto de que simbolizaría la promesa o advertencia de “retorno” del fallecido, ya que su tiempo de vida y muerte es cíclico en un muerto viviente como es el hombre vampiro.

Un elemento intrigante más de la tumba es un artístico medallón metálico situado en el flanco, casi atrás de las esculturas, con la representación de tres estacas, un martillo y un grillete rodeando el rostro de Jesús en el paño de la Verónica y contorneados por el icono tradicional de la corona de espinas. Los más creativos han interpretado esta composición como símbolos de advertencia a la vez que destinados a asustar al vampiro para que no intente salir de su celda; incluso como una suerte de “equipo de emergencias” o representación de un kit de herramientas para que tema ser eliminado en caso que tratara de escapar, o bien para clavarle a tiempo una de las estacas en el corazón. Sin embargo, en realidad se trata de los elementos de martirio en el calvario durante la Pasión de Cristo y que, desde tiempos medievales, forman parte también del amplio emblema llamado Arma Christi.

Por si fuera poco, hay un vitral pintado atrás del conjunto funerario en un vano en arco de medio punto, posible de ver en su plenitud sólo entrando por el costado al mausoleo interior, en donde también se halla un altarcillo de diseño neogótico con una imagen de la Virgen María. En el ventanal de colores está una apocalíptica escena a espaldas de una representación en metalurgia artística del Cristo en el Calvario: la composición muestra lo que parece ser la calamidad desatada sobre el reino de los hombres, con aspecto infernal, tormentas, rayos y sufrimientos. A un costado del mismo crucifijo sostenido por un plinto con niños ángeles, se observa volando en el vitral un "ave" cuyas alas y pequeñas protuberancias en la cabeza semejan bastante a un murciélago o, peor, un demonio tipo gárgola en pleno vuelo. Más intriga que haya quedado ubicado en el vidrio justo a un costado de la efigie de Cristo. Este animal habría sido real, según lo que cuentan los creyentes en la leyenda de Vargas: un quiróptero se aparecía cada cierto tiempo allí para advertir a los mortales de quién estaba descansando en este sitio, y a veces llegaba hasta con otros de su especie para dormir custodiando la tumba. Puede ser que aquella imagen en la ventana, complementada con los detalles comentados en la tumba, haya sido la simiente de toda la leyenda.

Una de las versiones más difundidas en la tradición oral sobre el sepultado indica que, en vida, don José Tomás había sido un joven retraído y solitario pero que acabó enamorado perdidamente de una bella sirvienta, la que trabajaba en su enorme mansión. Sin embargo, en medio del idílico amor prohibido, el aristocrático muchacho murió en manos de un rufián cuando este último atacaba a la mujer, cayendo así mientras intentaba defenderla. Su desconsolada novia, quien iba regularmente a visitar la misma tumba en el Cementerio Católico, cayó en una profunda depresión, se debilitó y comenzó a palidecer cada vez más, hasta que un día fue encontrada agónica en el mausoleo: estaba anémica, casi sin sangre y delirando. Fue entonces, después de ser salvada e interrogada, cuando se dio por hecho que la pobre chica estaba siendo vampirizada por el cadáver viviente de José Tomás. Como consecuencia de esta situación, entonces, el capellán del cementerio había decidido abrir la tumba y hacer que los peones clavaran una estaca en el pecho del finado, para proceder a encerrarlo otra vez y procurarle a su cripta los símbolos necesarios para garantizar que permanezca adentro por toda la eternidad.

Además de aquellos símbolos y emblemas interpretados de forma tan imaginativa, está un relato adicional señalando que la tumba no contendría los restos de don José Tomás: él habría muerto cuando era construida, por lo que fue sepultado en un lugar provisorio a la espera de que fuese terminada. Cómo sería la sorpresa de su hija Antonia y los excavadores, según este cuento, cuando fueron a inhumar el cuerpo para el traslado y se dieron cuenta de que el féretro estaba vacío.

Ampliando todavía más el imaginario alrededor del sarcófago, hay otra versión oral igualmente intrigante y aterradora para el mismo misterio del vampiro. Dice esta que, si bien el cadáver de José Tomás no habría estado cuando se hizo aquella apertura de la señalada tumba provisoria por los mismos empleados del Cementerio Católico, cuando estos trabajadores fueron a avisar a doña Antonia de la desaparición de los restos y regresaron con ella al lugar, este había reaparecido misteriosamente adentro del ataúd. Fue como si hubiese salido de él sólo para dar un paseo.

Hay más versiones populares de la leyenda, hablándose también de una gran cantidad de misas hechas a aquella tumba o de otras exhumaciones efectuadas en tiempos más recientes y en las que tampoco se encontró el cuerpo del escurridizo José Tomás. Todavía hay quienes afirman que algunos murciélagos llegan a dormir o descansar en este mausoleo, además, por extraña preferencia. Nada de esto se confirma en la administración del Cementerio Católico, por supuesto, aunque intriga el que algunos de los trabajadores del recinto estén convencidos de que alguien, efectivamente, “vive” en esa sepultura… Y se refieren a él con mucho respeto, quizá lindante en el genuino miedo.

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