¿EL EX PRESIDENTE FEDERICO ERRÁZURIZ ZAÑARTU ANUNCIÓ SU MUERTE?

El presidente Federico Errázuriz Zañartu en imagen publicada en el "Chile Ilustrado" de Recaredo S. Tornero, 1872.

A diferencia de lo que fue su bohemio hijo Federico Errázuriz Echaurren, don Federico Errázuriz Zañartu, presidente de la República entre 1871 y 1876, supo lidiar con firmeza ante los tormentos de la situación diplomática de entonces y presentó en el recuento político e histórico uno de los gobiernos más serios del período, aunque no sin controversias que aún se juzgan. Miembro de una familia aristocrática colchagüina, formado como abogado en la Universidad de Chile y militante del Partido Liberal, fue el primer mandatario chileno nacido después de la Independencia.

Después de haber sorteado varios problemas de seguridad nacional, temas de la colonización del sur, educación y hasta la estabilidad dentro de la propia coalición política con la que llegó al Palacio de la Moneda, se le ha recordado como un mandatario con carácter autoritario y cierto sentido conservador en el grueso de su gestión, aunque siempre circunscrito en el laicismo en el tema de la lucha teológica que ya era parte de la realidad nacional, a pesar de haber llevado la sotana de seminarista en la juventud. Dejaría la presidencia el 18 de septiembre de 1876, asumiendo a continuación el también liberal Aníbal Pinto Garmendia. Don Federico no lo sabía aún, pero le quedaban de vida diez cortos meses... ¿O sí lo sabía?

En el otoño del año siguiente se encontraba enfermo y debilitado, sintiendo ya la proximidad de la muerte. Algunos de sus amigos iban a visitarlo e intentar darle ánimo en aquel mal trance, destacando entre ellos don Francisco Echenique, de militancia conservadora. Este señor era muy cercano al ex mandatario, pero no incondicional: le criticaba con rabia el haber cedido a los "pipiolos alzados y reformistas" que acabaron poniendo la colación de gobierno en crisis y rompieron la alianza. Aunque la ruptura de la Fusión Liberal-Conservadora de 1873 los había distanciado, entonces, pasada la tormenta y enfriados ya los sesos volvieron a su antigua y sincera amistad.

Por aquella razón, don Francisco habría estado particularmente preocupado por la salud de Errázuriz Zañartu en esos mismos días, entonces. Empero, debía compatibilizar su tiempo dedicado a él con los demandantes preparativos para la boda de una hija suya. Como se sabe, en los hogares aristocráticos las fiestas de matrimonios solían asumirse de forma fastuosa.

Estando con la boda ya casi encima y llegando los primeros regalos  y felicitaciones para la novia, el señor Francisco, a pesar de seguir ocupado en esos menesteres, no se olvidó de su querido amigo. Decidió enviar hasta la residencia del ex presidente al cochero de la casa, con el encargo de averiguar cómo se sentía de sus padecimientos. Tal vez su ilusa esperanza era que tuviese alguna pequeña mejoría para que pudiese asistir a la fiesta.

Sin embargo, mientras aguardaba el distinguido señor el regreso de su cochero en el ambiente hogareño de primeras visitas y descorches de finos vinos de bodega por parte del dueño de casa, la familia y los presentes pudieron oír de súbito un tremendo ruido sordo, como de trueno, estremeciendo la mansión desde alguna parte del tejado, afuera. El entretecho comenzó a sonar entonces como lo haría un endeble puente de madera por el que pasaba un pesado carruaje de cuatro caballos; un "coche de trompa", fue descrito. Mientras tanto, todos se miraban entre sí esperando alguna explicación y las damas presentes comenzaron a inquietarse hasta el borde del miedo.

El extraño fenómeno pareció un temblor de magnitud a algunos de los que estaban allí; para otros, sonaba más a terremoto. Como fuese, definitivamente "algo" se había presentado invasivamente en aquel momento, para luego retirarse dejando a todos los testigos ahogados en asombro.

El atronador ruido y alboroto "se perdió en la distancia como el eco de un cañonazo", seguido de un total silencio, un "silencio de muerte sobre la casa", se diría tiempo después. Nadie entendía lo que había sucedido; nadie preguntaba siquiera qué había sido eso. Pasado el impacto, entonces, recién comenzaron a intentar darle una esclarecimiento y los sirvientes subieron al entretecho esperando encontrar la respuesta... Pero su incursión fue frustrante y sólo arrojó más preguntas: nada había allí; todo permanecía en perfecto orden.

En tanto, intuyendo una posible contestación al integrante hecho, don Francisco había sacado del bolsillo su reloj de oro justo cuando acabó aquel misterioso estrépito y, mirando la hora en él, exactamente las 18 horas, dijo en actitud reflexiva: "Federico... Federico que se fue... ¡Dios lo tenga en su santo reino!".

Coincidió que, poco después en aquella tarde del lunes 20 de julio de 1877, llegaba de vuelta el cochero de la familia desde la casa de Errázuriz Zañartu. La noticia era devastadora, pero confirmaba la sospecha de don Francisco en aquel momento: "Don Federico acaba de morir, su merced". Él sólo atinó a responder, cabizbajo: "Sí, hijo, ¡ya lo sabía!"... Un infarto agudo de miocardio se había llevado al estadista, a los 52 años. Sus multitudinarios funerales se hicieron dos días después, siendo sepultado en el Cementerio General.

La extraña historia fue dada a conocer a la prensa  por la bisnieta de don Francisco Echenique y nieta de la novia en aquella fiesta, la señorita I.G.C. domiciliada en la suntuosa casa de calle Cienfuegos 47, en Santiago. El relato fue tomado por el cronista que firmaba Repórter 65 del diario "Las Últimas Noticias", a mediados de febrero de 1967. Aunque ella prefirió mantener su nombre en reserva, no ocultaba sus vínculos familiares con los protagonistas y agregaba que su hermana mayor había regresado a casa en una ocasión después de haber tenido clases con el profesor, cronista y escritor José María Cifuentes, quien demostró conocer bien el mismo caso pues lo había expuesto ante sus alumnos como un típico ejemplo de hechos inexplicables pero reales.

¿Sería algún fenómeno natural o accidental el que coincidió con el momento en que moría Federico Errázuriz Zañartu, esa tarde de 1877? ¿Se trataría sólo de una historia familiar con más rasgos de leyenda que de hecho cierto, como tantas otras que quedan en el patrimonio oral de cada clan? ¿O realmente sucedió algo que se halla fuera de toda normalidad en la ocasión? "Ocurrió, pero no tiene explicación, ¿verdad?", remataba su exposición Repórter 65.

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