EL HOMBRE QUE DERROTÓ A LA MUERTE LLEGA A CHILE

La más conocida imagen fotográfica de Phineas Gage, con la barra metálica que atravesó su cráneo en un increíble accidente de 1848.
Cuando el periodista e ilustrador californiano Robert L. Ripley (hasta hoy aludido en la frase popular “digno de Ripley”, para señalar algo asombroso o increíble) comenzó sus investigaciones de hechos insólitos divulgados en la sección de publicaciones “Believe It or Not!”, traducidas al habla hispana como “Aunque Ud. no lo crea”, hubo un caso en particular que presentó entre los más impresionantes y que recibió gran difusión suya en la cultura popular: el accidente y la recuperación de Phineas Gage, trabajador ferroviario de los Estados Unidos quien sobrevivió de manera casi imposible a sus lesiones. Más aún, la serie televisiva basada en la obra de Ripley y conducida por el actor Jack Palance entre 1982-1986, comenzaba con una ilustración animada alusiva al mismo caso: un cráneo humano atravesado desde abajo por el segmento de una barra metálica.
Sorpresa para muchos será saber, sin embargo, que después del terrible suceso que lo hiciera mundialmente conocido, el señor Gage que tanto asombró a Ripley y otros curiosos de esta clase de temáticas, estuvo viviendo y trabajando en Chile, específicamente en la Zona Central. De hecho, haría la última etapa de su curiosa vida laboral entre Santiago y Valparaíso, casi en constante viaje.
Phineas P. Gage nació el 9 de julio de 1823 en Grafton County, uno de los diez condados de New Hampshire, Estados Unidos. Como muchos habitantes de aquel territorio y época, en su juventud se dedicó a trabajos relacionados con el momento de expansión, industrialización y desarrollo material que vivía el país. Se involucró así en la construcción de las líneas del ferrocarril de la Rutland & Burlington Co., pudiendo hallárselo a los 25 años como operador y capataz en Cavendish, Vermont. De acuerdo a algunos testimonios de la época, era a la sazón uno de los trabajadores más queridos y eficientes de aquellas cuadrillas.
Sucedió entonces que, en la tarde del miércoles 13 de septiembre de 1848, Gage se encontraba con otros obreros preparando las detonaciones que despejaban de rocas la ruta trazada, perforando el material de la piedra para colocar en la cavidad el explosivo consistente en una proporción de pólvora y un detonador. La tarea exigía cubrir ambos materiales con un puñado de arena que serviría de amortiguador, evitando que saltaran chispas desde la roca al momento de compactar la carga dentro del hoyo, con golpes de una barra metálica. Esta tarea la ejecutaba Gage cuando se desataron los hechos fáciles de adivinar, justamente, valiéndose de un barrote de hierro tipo chuzo con más de un metro de largo y 3,2 centímetros de diámetro, de unos seis o siete kilos. Era una herramienta con una aguzada punta en el extremo, que el propio trabajador habría solicitado fabricar a un herrero local.
Fue hacia las 16.30 horas cuando todos sintieron el aterrador tronido y vieron levantarse una columna de humo y polvo en el lugar preciso donde él trabajaba. Como sucede también en la minería, estas explosiones sorpresivas siempre eran interpretadas como anuncio de tragedia. Pero los que estaban más cerca y corrieron hasta el lugar del estrépito no podían creer lo que veían: Gage estaba tendido y con el cráneo abierto, pues había sido atravesado por la descrita barra... Sin embargo, estaba vivo.
Al parecer, el capataz había olvidado colocar arena en la cavidad explosiva o bien esta no fue suficiente para evitar las chispas al compactarlas, saliendo la pesada herramienta disparada con el estallido que provocó accidentalmente mientras intentaba presionar el material. Por el lado de la punta, pero desplazando como un proyectil todo su grosor y peso, la barra había salido disparada en el estallido, entrado primero por el pómulo inferior izquierdo del trabajador, pasando por detrás del ojo en el mismo lado de la cara y saliendo por la coronilla cerca de su frente, volando tan lejos de allí que fue encontrada mucho después y aún con restos de sangre, huesos y sesos.
El mismo impacto que tuvieron sus compañeros de obras se lo llevaron los médicos que llegaron poco después: además de no haber perdido la conciencia durante el accidente ni en las dramáticas horas posteriores, Gage no sentía dolor a pesar de estar con la cabeza perforada y materia encefálica al aire. El primer doctor en atenderlo y hacer las observaciones en las heridas fue Edward Higginson Williams: él esperaba encontrar a un paciente agónico e inconsciente tendido en una camilla, pero quedó de una pieza al ser recibido por Gage sentado en una silla, parcialmente vendado y saludando. “Doctor, aquí tengo trabajo para Ud.”, dijo al médico al verlo llegar, señalando el lugar en donde su cabeza había sido ensartada.
El segundo doctor lo atendió sólo un par de horas después: era John Martyn Harlow, quien se encargó de proporcionar las primeras intervenciones para salvar al paciente. Se decía que, tratando de verificar el daño que tenía Gage, metió los dedos índices por ambas perforaciones y logró tocárselos entre sí por el interior de la cabeza de Gage. La insólita noticia, en tanto, saltaba rápidamente a periódicos como el “Vermont Free Soil Union” de Ludow y “The Boston Post”, este último con fecha del 21 de septiembre y que ha sido punto de inicio para la confirmación cronística del caso. Aunque con algunas imprecisiones sobre los hechos, decía en su nota de aquel jueves:
Accidente horrible.- Mientras Phineas P. Gage, un capataz del ferrocarril en Cavendish, estaba ocupado ayer en tareas para una explosión, la pólvora explotó, lanzando a través de su cabeza un instrumento de hierro de una pulgada y un cuarto de circunferencia, y tres pies y veinte centímetros de largo, que estaba usando en ese momento. El hierro entró por un lado de su cara, destrozando la mandíbula superior, pasando por detrás del ojo izquierdo, y salió por la parte superior de la cabeza.
La circunstancia más singular relacionada con este melancólico asunto es que a las dos de esta tarde él estaba vivo, y en plena posesión de su razón, y libre de dolor. Ludlow, VT., Union.
El Dr. Harlow había quedado encargado, además, de proporcionar un tratamiento posterior a Gage. Aunque hubo algunas tentativas de infección en las heridas, las trató con productos novedosos en esos años como era el nitrato de plata, el que sería muy empleado también en lesiones de enfermedades venéreas y la eliminación de verrugas. Bajo su supervisión, entonces, pudo recuperarse bien en sólo dos meses, siendo dado de alta hacia fines de noviembre, algo que fue considerado tan milagroso como el no haber muerto en el mismo lugar del accidente. El profesional quedaría tan asombrado con la sobrevivencia de su paciente que se dedicó, desde entonces, a hacer estudios neurológicos y realizar algunas publicaciones al respecto.
Al bajar la inflamación y cerrar las heridas del trabajador, había descendido también la fiebre que lo acosó durante aquel período de curación. Las consecuencias más obvias de los sucedido fueron la pérdida de las funciones del ojo comprometido y las cicatrices en su rostro y cabeza, pero también ocasionales episodios de convulsiones epilépticas. Fuera de eso, no había en apariencia más secuelas en sus facultades motrices, memoria y capacidad de habla, pudiendo volver a trabajar poco después, aunque con grandes dificultades para conservar los empleos en esta nueva etapa de vida. Además, posó para históricas fotografías mostrando orgulloso la misma barra del accidente, pues se había convertido en su fetiche.
Sin embargo, quienes conocían a Gage notaron cambios muy evidentes en su personalidad y conducta: todo indica que la lesión en su cabeza había provocado una suerte de lobotomía accidental, volviéndolo ahora en un hombre agresivo, asocial e impulsivo, o al menos eso es lo que se ha dicho en las crónicas. El caso, de hecho, ha servido como base al estudio de las llamadas funciones ejecutivas en neuropsicología y las consecuencias de daños severos al lóbulo frontal en la regulación de las inclinaciones animales y las propias del razonamiento e intelecto humanos. Estas observaciones eran novedosas e intrigantes, casi sobrenaturales para los estudios de la época, considerando que aún faltaba un siglo para que el neurólogo portugués Antonio Egas Moniz recibiera el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por la misma clase de investigaciones y experimentación.
Tiempo después del accidente, el Dr. Harlow confirmó también que Gage ya no fue más el sujeto de antes: el hombre recordado por sus cercanos como afable, bondadoso y responsable había pasado a ser en alguien con comportamientos erráticos, ansiosos, pesimistas e irascibles, con tendencia a hacer constantes planes que no tardaba en abandonar, a blasfemar ante la frustración o a reaccionar en forma desmedida si lo hacían sentir molesto. El médico presentó sus conclusiones en la Reunión Anual de la Sociedad Médica de Massachusetts de 1868.

Otro retrato fotográfico de Gage y la barra de hierro. Imagen de Jack y Beverly Wilgus donada al Museo Anatómico Warren, Centro de Historia de la Medicina, Biblioteca de Medicina Francis A. Countway, Facultad de Medicina de Harvard.

Dos representaciones del accidente y el cráneo real de Gage en Harvard. Imágenes tomadas del sitio Cuaderno de Cultura Científica (derecha e izquierda) y de la presentación de la serie televisiva "Ripley... Aunque Ud. no lo crea" (al centro).

Caravanas de viajeros por el camino de Valparaíso a Santiago, según ilustración del naturalista francés Claudio Gay, en 1854. Gage trabajó como transportista en la misma ruta y época.

"Pirámide" original de San Pablo, en fotografía de Walton, 1915. Estaba ubicada más exactamente en calle Brasil justo donde conecta con San Pablo, con su placa de cara a esta última calle. El chapitel del fondo en la fotografía es el campanario de la Iglesia del Corpus Domini (calle Santo Domingo).

Robert L. Ripley y la portada de "Believe it or not". El periodista fue uno de los grandes difusores del caso Gage dentro de la cultura popular.

Vista general de la plaza de San Pablo y Barroso, desde la esquina opuesta, con el actual monumento del antiguo Camino de San Pablo que unía Santiago con Valparaíso.
Transformado así en un supuesto hombre arrogante y desarraigado, Gage comenzó a viajar tomando diferentes trabajos por granjas y ranchos de Nueva Inglaterra, siempre portando su barra de la suerte en su equipaje. Permaneció en este ritmo hasta 1852 cuando por alguna razón, en pleno despertar de la fiebre del oro en la costa opuesta de los Estados Unidos, decidió que mejor sería para él partir por mar hasta Sudamérica. Su destino era ahora un joven país complicado entre las incipientes cuestiones diplomáticas y territoriales con países vecinos, pero abarcando gran parte de la costa del Pacífico y poseedor de un valioso puerto principal: la República de Chile.
Contextualizando, el trabajador había encontrado un empleo al paladar de su inquieto y enérgico nuevo carácter: en los servicios de transportes terrestres que se hacían por las carretas entre las ciudades de Santiago y Valparaíso, tanto para viajeros como para el traslado de mercaderías desde el puerto. Al parecer, había influido en su llegada hasta estas actividades la señalada incapacidad de encontrar empleos estables, que contrastaba con su buena relación y entendimiento con los animales, particularmente con los caballos, como había confirmado trabajando en establos y pesebres del pueblo de Hanover.
De acuerdo a información publicada por John Fleischman en “Phineas Gage. Una historia espantosa pero real sobre la ciencia del cerebro”, de 2002, existe documentación relacionada con la firma Abott-Drowning Co. de Concord, New Hampshire, en la que puede leerse que, en 1852, un tal James McGill solicitó los servicios de un misterioso habitante local para una nueva línea de diligencias que estaba fundando en Valparaíso. Se sabe que Gage había conocido en Nueva Inglaterra a quien sería el propietario de la misma empresa en la que iba a trabajar, pero cuando este aún estaba planeando la creación de la línea de transportes, de modo que McGill podría ser su empleador y el misterioso enviado desde Concord podría corresponder al propio Gage. Esta posibilidad también ha sido comentada por expertos del caso como el psicólogo australiano, profesor Malcolm Macmillan.
La ruta puerto-capital se hacía en Chile desde tiempos coloniales por dos trazados entre llanos, cuestas y cerros: uno por el original Camino de Chile o La Cañadilla de la actual avenida Independencia que iba a Tiltil, Caleu, cuesta La Dormida y desde ahí hacia la costa; y otro por el camino construido en el siglo XVII desde el Callejón de Padura (llamado después calle del Campo de Marte y hoy Almirante Latorre, al final de la Alameda) hasta el sector de Chuchunco, desde ahí a Melipilla y luego al puerto, llamado Camino de las Carretas. Sin embargo, como ambos eran difíciles, agotadores y poco eficientes, se construyó el Camino Real de San Pablo por el gobernador Ambrosio O’Higgins, proyecto encargado al ingeniero José Hidalgo. Su puesta en servicio se celebró en 1795 levantado un obelisco en lo que será después calle Brasil con San Pablo, conocido como la Pirámide de San Pablo, la que permaneció por más de un siglo en pie, pues esta calle era su entrada y salida en la capital.
La ruta de marras permaneció como la principal de Santiago a Valparaíso en el siglo XIX, pasando por San Pablo, Pudahuel, Lo Aguirre, la cuesta de Lo Prado, Curacaví, Cuesta Zapata y, finalmente, la costa. En el sector de la antigua entrada a Valparaíso desembocaba sobre una plaza, instalándose cerca de allí el primer peaje de la historia de Chile, pagado por las carretas y diligencias que lo usaran. Tales recorridos fueron descritos por Benjamín Vicuña Mackenna en su obra “De Valparaíso a Santiago. Datos, impresiones, noticias, episodios de viaje”. Por estas viejas carreteras que hoy parecerían verdaderas pruebas de paciencia e integridad a los viajantes, el ex constructor de ferrocarriles conduciría entonces las diligencias de la compañía transportista en forma regular, desde el año 1854 cuanto menos. Todo indica, además, que esta habría sido la primera labor en la que Gage encontró cierta estabilidad después de años a la deriva y con empleos sólo pasajeros.
Cabe recordar que Valparaíso era el principal puerto de Chile y Sudamérica en aquel momento, de los más importantes de toda la cosa pacífica americana. No faltaban las actividades y los requerimientos de traslados para comercio y pasajeros, por consiguiente. El propio Gage establecería su residencia dentro de este puerto, en donde estaba constituida también la firma que ofrecía tales servicios que ya competían con el transporte ferroviario.
Sin embargo, tras unos años de labores y cansado ya de sus andanzas en estas tierras, al verse afectado cada vez más por consecuencias neurológicas del accidente, Gage y su barra mágica dejaron el servicio de los transportes en Chile en 1859. Regresaría ese mismo año en un navío hasta América del Norte, poniendo fin a este muy desconocido período de vida en tierras tan ajenas y distantes de las suyas.
El último año de vida de Gage fue de reencuentro con su pasado: al desembarcar de vuelta en los Estados Unidos comenzó a vivir en casa de su madre y su hermana, en San Francisco. Pero los ataques epilépticos habían empeorado, perdiendo la vida durante uno de estos episodios sucedido el 21 de mayo de 1860, con sólo 36 años de edad. La sombra de la muerte y el ángel del infortunio que habían intentado morder su alma hacía cerca de 12 años, recién ahora podían completar su malévola fechoría y reclamarlo para sí.
Aunque no se pudo realizar una autopsia para verificar el estado en que se hallaba el encéfalo del fallecido, su cráneo doblemente perforado continuó siendo estudiado después por el Dr. Harlow. No fue a parar al Museo de Robert L. Ripley, como muchos seguidores de la serie hubiesen querido: se encuentra en el Museo-Biblioteca de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, en donde es exhibido junto a la misma barra de hierro que lo atravesó y luego lo acompañó para siempre en sus andanzas, incluso mientras estuvo en la tumba. El cráneo y la barra habían sido donadas a Harlow por la madre del fallecido, llegando por esta vía hasta la institución académica.
El caso de Phineas Gage hoy es de estudio y relación mundial, no sólo para la cultura popular y sus intereses en acontecimientos “dignos de Ripley”. Lo es principalmente para la ciencia: psiquiatría, neurología, psicología, estudios de la personalidad y las emociones. Esto sucedió especialmente después de que neurocientíficos como el británico David Ferrier retomaran el estudio del caso y desarrollaran las observaciones realizadas por el Dr. Harlow. Sin embargo, el tramo específico del paso de tan extraordinario y casi mítico personaje por Valparaíso y Santiago ha sido abordado escasamente. En cierta forma, si no fuera por una información biográfica que aportaron escuetamente escritores como el neurólogo portugués Antonio R. Damásio, en su obra “El error de Descartes” de 1994, el dato de la vida de Gage en Chile quizá se habría diluido en el olvido, sin pena ni gloria:
Otro golpe teatral se produce a los cuatro años del accidente: Gage parte a Sudamérica; cuida caballos y guía diligencias entre Santiago y Valparaíso. Poco más se sabe de su vida de expatriado, excepto que en 1859 su salud empieza a deteriorarse.
También destaca en dicho rescate el autor nacional Francisco Aravena, por su relato novelado “La vida eterna de Phineas Gage”, de 2015. Allí, en formato de ficción pero tras conocer la reseña de Damásio, el escritor chileno cruza la vida del norteamericano con la del médico chileno Manuel Antonio Carmona, el mismo quien se encargó de la investigación psiquiátrica de una porteña supuestamente posesa por demonios, Carmen Marín, apodada como la Endemoniada del Hospicio de las Hermanas de la Caridad de Santiago.
Aunque el camino Santiago-Valparaíso ya no es exactamente el mismo que se hace hoy por la expedita Ruta 68 al final de la Alameda Bernardo O'Higgins, un monumento recuerda al antiguo sendero y la desaparecida Pirámide de San Pablo en una ubicación diferente: en la plaza de San Pablo con calle Almirante Barroso. Este es un lugar más cercano al centro geográfico de la capital que a sus arrabales afuerinos, a diferencia de lo que era en el siglo XIX, en los tiempos de Gage trabajando en Chile.
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